sábado, 29 de septiembre de 2012

Hijos de Lucifer


Como en el llamado de la selva, los perros comenzaron a ladrar compulsivamente. Uno de ellos aullaba.
Aullaba.
Y la noche se quebraba con esos rugidos, con esos estertores de animales desgraciados.
Synové d’ábla —soltó la madre y salió nerviosa para el patio.
Se oyeron ruidos de cadenas mezclados con insultos en checo; hijos del demonio, hijos de Lucifer, hijos del demonio, de Lucifer. Malditos. Y enseguida las quejas hirientes de los perros: agudas y repetidas y dolientes según el ruido metálico impactaba sobre sus lomos.
Al regresar a la cocina madre y hermana cruzaron sus miradas un instante: brotaba el fuego de lo que ya está escrito, de lo que ya sucedió, de las noches somnolientas de febrero en el sur del mundo.
—Vamos —dijo la madre.
Y no volvió a pronunciar palabra hasta que una hora más tarde, las dos, con esfuerzo y sudor, movieron la piedra circular que cubría la boca del aljibe viejo.

(Marcelo Luján, Moravia, Barcelona, El Aleph Editores, 2012, pg 129)

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