Y cuando
más seguro estuvo de sí mismo: cuando tenía ganado el respeto de sus colegas a
fuerza de disciplina y de demostrar con hechos por qué era quien era; cuando
los políticos lo saludaban al pasar y sus suegros lo consideraron el hijo varón
que la guerra nunca les dejó tener y le recordaron, incluso, sus antepasados o
raíces: que Bohemia y Moravia fueron el embrión de los Países Checos, y que si
su familia era morava y los Míclav también todos eran, pues, checoslovacos y
moravos de sangre y cepa. Cuando todo era una realidad, un puñado de verdades
anudadas y prominentes, el recuerdo de los días miserables se le empezó a venir
encima como una nube de polvo. Inexplicablemente. Lidia fue la primera en
percibirlo: en comprender, tal vez, que una parte del círculo no había sido
cerrada.
(Marcelo
Luján, Moravia, Barcelona, El Aleph
Editores, 2012, pg 39)
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