sábado, 1 de septiembre de 2012

Musgo y lagartija


…, ¿qué preguntas se habría hecho mi padre? ¿Habría tenido las pelotas de ir un poco más allá de los signos de interrogación? ¿Dónde se halla el valor en el corazón de un hombre derrotado? El mejor ejemplo que tengo de él son sus últimos veinte años de vida. Los músculos se le relajaron, se acható, se buscó una cueva y la encontró en sí mismo, en su piso de la calle Anboto y en la ciudad por la que navegó a través de rumbos sólo por él conocidos. Su sueño era un gran huerto y un caserón, rodeados ambos por un muro viejo, de los de musgos en invierno y lagartijas en verano. Pero de tal modo actuaban los musgos y las lagatijas sobre las piedras, que el muro al final cedía y las brechas se iban abriendo en él. No era otra la idea que manejaban los musgos y las lagartijas, hasta que el muro se convertía en un montón de piedras y la casa pasaba a ser el siguiente objetivo. Es lo bueno de las metáforas.
Ofrecen la posibilidad de resumir, de aprender una lección aunque sea vulgar, y de paso creerte un superhéroe; yo era el musgo que en verano se disfrazaba de lagartija y que no se detendría hasta destrozar el muro y la casa.

(Willy Uribe, Sé que mi padre decía, Barcelona, Los libros del lince, 2012, pg 170)

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