—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Hurley.
—Quiero a Grofield —respondió Parker—, y quiero mi dinero.
Y quiero ver muertos a todos esos tipos.
Hurley hizo un gesto, pidiendo más información.
—¿Y? —interrogó.
—Por eso os encargo este trabajo, vosotros vais y lo
hacéis, conseguís una buena suma que no hubierais conseguido de otro modo.
Termináis, volvéis aquí, ¿a qué hora? ¿tres, cuatro de la mañana?
La mayoría de ellos hizo un gesto de asentimiento. Hurley
entrecerró los ojos:
—Probablemente. Y después, ¿qué?
—Después venís conmigo —respondió Parker—. Nosotros doce
atacamos la casa de Buenadella y sacamos a Grofield. Y si lo llevan a algún
lado, buscamos el sitio y vamos allí. —Y agregó, contando los nombres con los
dedos—: Y los matamos. Buenadella, Calesian, Dulare.
Su contundencia los sorprendió un poco. Nadie dijo nada
hasta que Handy McKay, hablando con mucha suavidad, dijo:
—Eso no es propio de ti.
¿Qué significaba eso? Parker había esperado un respaldo de
Handy, no preguntas. Interrogó:
—¿Qué no es propio de mí?
—Un par de cosas —contestó Handy—. Para empezar, tomarte
todo este trabajo por alguien que no seas tú. Grofield, yo, cualquiera. Todos
aquí sabemos cuidar de nosotros mismos, no somos una sociedad de socorros
mutuos. Y tú también. Y lo mismo Grofield. Lo que le pase a él, a él le
corresponde.
—No si empiezan a mandármelo dedo por dedo —dijo Parker—.
Si lo matan, eso es otra cosa. Si lo entregan a la policía es cosa de ellos.
Pero esos bastardos me han incluido a mí en el asunto.
Handy estiró los brazos, rindiéndose en ese punto.
—La otra cosa —dijo— es la venganza. Nunca te he visto
hacer otra cosa que jugar tus cartas. Y ahora, de pronto, quieres matar a unos
tipos.
Parker se puso en pie. Había mantenido la paciencia
durante un largo rato, había explicado todo una y otra vez, y ahora se sentía
excitado. No podía más.
—No me importa —respondió—. No me importa si es propio de
mí o no. Estos tipos me han engañado, me han hecho girar, dar vueltas y más
vueltas, no he logrado nada de ellos. ¿Cuándo fue propio de mí aguantar un
engaño y marcharme? Querría quemar esta ciudad desde los cimientos, querría
vaciarla ya mismo. Y no quiero hablar más del asunto, ahora quiero hacerlo. Aceptáis,
o no. Ya os he expuesto la situación, os dije lo que quiero y lo que
conseguiréis. Dadme un sí o un no.
(Donald
Westlake, La luna de los asesinos, Madrid,
Espasa-Calpe, 2003)
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