lunes, 3 de marzo de 2014

¿Qué no es propio de mí?

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Hurley.
—Quiero a Grofield —respondió Parker—, y quiero mi dinero. Y quiero ver muertos a todos esos tipos.
Hurley hizo un gesto, pidiendo más información.
—¿Y? —interrogó.
—Por eso os encargo este trabajo, vosotros vais y lo hacéis, conseguís una buena suma que no hubierais conseguido de otro modo. Termináis, volvéis aquí, ¿a qué hora? ¿tres, cuatro de la mañana?
La mayoría de ellos hizo un gesto de asentimiento. Hurley entrecerró los ojos:
—Probablemente. Y después, ¿qué?
—Después venís conmigo —respondió Parker—. Nosotros doce atacamos la casa de Buenadella y sacamos a Grofield. Y si lo llevan a algún lado, buscamos el sitio y vamos allí. —Y agregó, contando los nombres con los dedos—: Y los matamos. Buenadella, Calesian, Dulare.
Su contundencia los sorprendió un poco. Nadie dijo nada hasta que Handy McKay, hablando con mucha suavidad, dijo:
—Eso no es propio de ti.
¿Qué significaba eso? Parker había esperado un respaldo de Handy, no preguntas. Interrogó:
—¿Qué no es propio de mí?
—Un par de cosas —contestó Handy—. Para empezar, tomarte todo este trabajo por alguien que no seas tú. Grofield, yo, cualquiera. Todos aquí sabemos cuidar de nosotros mismos, no somos una sociedad de socorros mutuos. Y tú también. Y lo mismo Grofield. Lo que le pase a él, a él le corresponde.
—No si empiezan a mandármelo dedo por dedo —dijo Parker—. Si lo matan, eso es otra cosa. Si lo entregan a la policía es cosa de ellos. Pero esos bastardos me han incluido a mí en el asunto.
Handy estiró los brazos, rindiéndose en ese punto.
—La otra cosa —dijo— es la venganza. Nunca te he visto hacer otra cosa que jugar tus cartas. Y ahora, de pronto, quieres matar a unos tipos.
Parker se puso en pie. Había mantenido la paciencia durante un largo rato, había explicado todo una y otra vez, y ahora se sentía excitado. No podía más.
—No me importa —respondió—. No me importa si es propio de mí o no. Estos tipos me han engañado, me han hecho girar, dar vueltas y más vueltas, no he logrado nada de ellos. ¿Cuándo fue propio de mí aguantar un engaño y marcharme? Querría quemar esta ciudad desde los cimientos, querría vaciarla ya mismo. Y no quiero hablar más del asunto, ahora quiero hacerlo. Aceptáis, o no. Ya os he expuesto la situación, os dije lo que quiero y lo que conseguiréis. Dadme un sí o un no.

(Donald Westlake, La luna de los asesinos, Madrid, Espasa-Calpe, 2003)


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