El asfalto luce destrozado, las calas son el vivo reflejo
de un estercolero, y en cada palmera acecha una puta dispuesta a succionarte el
alma “por sólo veinte euros, mi vida, por diez más te dejo tocarme las tetas”.
Desde Federico Mayo hasta Óscar Esplá surge el más variopinto self-service de la prostitución:
universitarias tan mezcladas con heroinómanas que ya ni se distinguen las unas
de las otras, subsaharianas sin clítoris pero con cicatrices tribales en el
rostro, rumanas que solo saben decir tres palabras y ninguna de ellas es para
dar las gracias, el Genaro convertido en la mimetización perfecta de la mujer,
travelos ominosos, gordos y esperpénticos vestidos como musas de cabaret,
diosas pervertidas del exceso, de lo barroco, de la vulgaridad extrema. Fauna
de callejón nocturno, de parque infantil alfombrado de jeringuillas, náufragos
que olvidaron hasta su verdadero nombre y que un día terminarán por fundirse con
la suciedad de las aceras, desapareciendo para siempre de un mundo en el que
nadie les echará en falta porque otro heredará su esquina, sus clientes y su
olor. El ciclo darwiniano recomponiéndose de las ruinas de lo que algunos
apresuran a llamar “vida” y otros denominamos “porquería”.
(Claudio Cerdán,
Cien años de perdón, Barcelona, Versátil,
2013, pág. 14)
Una novela que me impactó bastante por su personaje principal.
ResponderEliminarAsí es, David. Ramos será difícil de olvidar.
ResponderEliminarGracias por la visita.
Abrazo,
A