lunes, 14 de abril de 2014

Descendió a los infiernos

El diablo a todas horas, Donald Ray Pollock


En el lenguaje del fútbol se usa, para ciertos jugadores, el calificativo de “diferente”. “Diferente” es el jugador inesperado, el que siempre descoloca. Es ese mismo concepto, amplísimo, es el primero —y solo el primero— que me dispara una obra como El diablo a todas horas. Una novela singular, que elude todo encasillamiento fácil, excepto uno: es gran literatura.

En el período que va desde el final de la guerra y los años sesenta, en algún lugar sumergido entre Ohio y Virginia Occidental, transcurren las historias que se entrelazan en esta novela, tan magnética como horrorosa. Que comienza y termina, perfecto círculo, en el mismo lugar: un altar precario en medio de un bosque. Un tronco para rezar, impregnado con la sangre de mil sacrificios. En ambos extremos de la historia se encuentra Arvin, el protagonista principal. El hijo de Willard y Charlotte, criado por Emma, hermano adoptivo de Lenora. Su camino se cruzará con el de Carl y Sandy —serial killers carreteros con pretensiones de artistas—, con el del thompsoniano sheriff Bodecker, con el de Roy Laferty y el tullido Theodore —monstruos de circo asesinos y fugitivos—, con el del demoníaco predicador Teagardin. Todos ellos son las criaturas que pueblan este escenario de brutalidad extrema, este verdadero valle de lágrimas.

A las pocas páginas ya queda claro que El diablo a todas horas no es una novela negra que apele a los elementos clásicos del género: nada de investigación, detective, negocios turbios, corrupción, misterio. Nada de eso. Sin embargo, a esta altura del siglo XXI sabemos que la novela negra ya no se nutre solamente de esos elementos clásicos “de la novela negra”. Ya no. La novela negra se ha reformulado, ampliado, para hablar con nuevas formas, por nuevos canales, de lo que siempre ha hablado: de lo negro en el hombre, como individuo o como organismo social. Los ejemplos abundan, incluso comentados en este blog. Y en este sentido, la de Pollock es también una novela negrísima, que bebe del mismo arroyo que Cain y que Thompson.

Pollock elige situar a sus aberraciones, sus monstruos, en la misma geografía de su aclamado libro de cuentos, Knockemstiff. Un escenario de pobreza extrema, de ignorancia, de almas perdidas por el alcohol, donde la violencia es un modo de vida. Un lugar en el que Dios está ausente, pero no su amenaza: castigo y pecado y sacrificio son los pilares de una religiosidad terrorífica y deforme. Una tierra de fanáticos que no puede generar más que desgracias.

Quien se le anime a esta historia encontrará un lenguaje que ha perturbado a más de uno por su sordidez y crudeza. Sin embargo, poner el foco en ese “escándalo” no deja de ser, por lo menos, una visión corta para una obra tan poderosa. Es cierto que hay sangre, abusos, podredumbre y crimen por todos lados. Pero nada tiene un propósito gratuito —aun cuando, hay que admitirlo, por momentos ahoga tanto que uno tiende a abandonar la lectura—, sino que hasta el último gusano tienen su sentido al servicio de la historia.

Pollock elige para su relato un narrador omnisciente que, como debe ser, nunca juzga. Pero es a través del manejo muy cuidado del punto de vista de sus embrutecidos personajes que nos permite vislumbrar destellos de humanidad que subsisten en algunos de ellos. Y esto, en medio de la mugre que todo lo contamina, es un enorme mérito. Creo que el mayor de toda la novela: hacernos creer que en algún rincón de esas almas perversas, hijas de un Dios monstruoso y que arrastrarán para siempre sus manchas de sangre, se mantenga la posibilidad de lo bueno. Eso es lo mejor que logra Pollock en esta novela que, te puede asegurar, no vas a olvidar fácilmente.

La traducción es de Javier Calvo, y estoy seguro de que mucho tiene que ver con el brillante resultado.

3/14


Seguí pinchando: si te interesa esta obra, tal vez te interese la de otros autores comentados en este blog, de esos que transitan el terreno gris entre la novela negra y el realismo sucio: Bunker, Carpenter o Fante son ejemplos. Woodrell también: sus hillbillies bien podrían ser descendientes de los de Pollock, una vez que se mudaron unas millas al noroeste, a las Ozark Mountains…

3 comentarios:

  1. Es una de esas novelas que tengo ganas de afrontar desde que el año pasado Aramys la reseñó en su blog y por lo que veo no defrauda con esa dureza, con esa "diferencia". A ver si le puedo hacer sitio entre tanta lectura.
    Gran reseña compañero.

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  2. Gracias por pasar, David. A mí también me "picó" la reseña de Aramys. ¡Cómo contagia el tipo!
    No te pierdas los "así escriben" de Pollock. Te van a dar una idea mejor que cualquier reseña.
    Un abrazo,
    A

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  3. Ya vuelvo a estar por aquí. Apunté la matricula de esta lectura y te comunico que esta lectura será destacada en la actualización (15) de Cruce de Caminos Negro y Criminal.

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