Al Cobra había que buscarlo en la cloaca: en cualquier otra parte
llamaría demasiado la atención, como un hombre honrado en un comité político.
El problema es que la cloaca es muy grande, está en todas partes.
Algunos creen que tiene su propio barrio, al que llaman la zona de Tolerancia,
o el distrito Rojo, o lo que sea. No hace falta ser doctor en sociología para
comprender que la cloaca necesita una provisión constante de carne fresca y que
va a cualquier parte a conseguirla. El vividor que sale de fiesta el sábado a
la noche con un sobre de cocaína en la guantera de su Mercedes Benz no ve que
las ruedas está hundidas en la cloaca. Él paga lo que le piden y ese dinero
circula hasta juntarse con más dinero y formar una masa móvil. El dinero siempre
circula. Entra por la punta de un caño que tiene dos salidas: una a la calle,
donde están los usureros; otra a los sótanos, donde operan los empresarios de
la prostitución infantil. El vividor va a su fiesta bacanal con su sobre de
cocaína para demostrarles a los jetas de sus amigos que él sí tiene buenas
vinculaciones: está en la onda.
A pocas manzanas de ahí, en un club privado, un proxeneta saca su sobre
y lo ofrece a sus amigos. El dinero para comprar la droga provino del cuerpo de
una nena de trece años que escapó de su casa y creyó que ese señor tan
simpático que conoció en la terminal de ómnibus la convertiría en estrella de
la televisión.
El vividor y el proxeneta tienen sus buenas vinculaciones… entre sí.
Yo me muevo en la cloaca como un cazador furtivo en el coto de un
ricachón. Tengo tanto derecho a quedarme con el dinero que circula por ahí como
cualquiera de esos hijos de puta. A los que saben no les gusta, pero la mayoría
no lo sabe. Mucha gente espera al hombre que camina sobre las aguas. Que tengan
suerte: yo camino sobre arenas movedizas. Cuando era crío, en el reformatorio,
le dije al asistente social que mi problema era que me había criado en el
orfanato. El infeliz me dijo que uno tenía que aprender a jugar con las cartas
que le da la vida, como si con eso me convirtiera en un buen ciudadano. Pero
años después, en la cárcel para adultos, comprendí que tal vez el tipo tenía
razón: uno sólo puede jugar con las cartas que le da la vida, pero sólo un
idiota o un masoquista no hace trampas.
(Andrew Vachss, Bajos fondos,
Barcelona, Martínez Roca, 1988, pg 114)
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