lunes, 25 de agosto de 2014

Muchacho punk

Estokolmo, Gustavo Escanlar


Compré este libro una tarde soleada y fresca en una “librería/disquería/tiendita-cool” de cuatro metros cuadrados, en la avenida Flores, Colonia del Sacramento. Amigos en cuyos criterios confío me habían hablado del autor y, en especial, de esta novela. A la mañana siguiente la misma vendedora me miraba raro. Tal vez esperaba un reclamo mío, o tal vez se me notaban los efectos de tremendo saque literario. Yo sólo volvía por más de ese autor que la chica no conocía. Rescaté un volumen de cuentos y artículos que aún espera en mi biblioteca: considero que un Escanlar por año está bien. Por su potencia y porque, dado que murió en 2010, habrá que dosificar lo que hay.

El dato de su muerte joven lo supe después, como supe de su fama de revoltoso, mediático, de su halo de poeta maldito, especie de Bukowski de agua dulce, siempre haciendo olas en el barroso río de la intelligentzia de aquella orilla. Mejor, me dije: pude leer su novela con la cabeza libre de cualquier prejuicio.

La historia es la de Marcelo, el Chole y el Seba, tres pibes de distintos orígenes, pero subidos al mismo tren de delincuencia. Dan pequeños golpes, conocen los mercados para reducir lo robado, para conseguir las sustancias ilegales que son su combustible. El robo en una mansión, en medio de una fiesta, añade dos figuras en sus prontuarios: el asesinato y el secuestro. Porque en la fiesta liquidan a uno, y se llevan a su novia, Demonio, una nena bien con ganas de aventura, que, síndrome de Estocolmo mediante, se adhiere al grupo, se infiltra como el agua en la piedra.

La novela, breve —algo más de 100 páginas—, viaja veloz hacia un final duro. Un Montevideo de barrios bajos, de pegamento aspirado, llamadas y fumo es protagonista. La letra y la música las ponen Charly García, los Redondos. Las tensiones de clase, la rebeldía contra todo, contra el “burgués de mierda”, el “bienpensante”, salta en los diálogos entre el narrador Marcelo y el Seba, un poco el líder de esta banda de amigos. Y en la mirada que ambos tienen de Demonio, que es la que trae, además, la tensión sexual.

Se dice que las voces de los tres personajes, en especial la de Marcelo, el narrador, suenan bastante autorreferenciales, a la luz de la “vida/obra” de ese operador contracultural que fue Escanlar. Es tan probable como es seguro que son voces muy logradas, el tono perfecto para esta historia que camina, bien contada. Pero más allá de estos méritos, la lectura de Estokolmo me hizo pensar en las influencias, en las tradiciones, en lo que significa “de culto”. Publicada en 1998, esta rabiosa novela no ha perdido un gramo de su potencia. Sigue funcionando a pesar de los años. Esto es algo que les pasa a los clásicos. De acuerdo: tal vez no de la literatura universal ni de la latinoamericana ni nada de eso, que suena grande, pero sí Estokolmo se puede leer como un clásico de cierta literatura negra y urbana de las riberas rioplatenses. Una especie de piedra angular en la que se apoyó algo de lo que se produjo en estos pagos —pagos geográficos, pagos de género literario— desde el comienzo del nuevo siglo. Con su lenguaje crudo, callejero —apenas desplazado de versiones porteñas—, con referencias a la cultura popular —música, cine— y al fútbol, la herencia de un libro así se percibe, por ejemplo, en la obra de un autor como Leo Oyola. Casualmente, uno de los amigos mencionados al principio, a quienes les debo el haberme hecho conocer esta pieza valiosa de nuestra literatura negra.

Párrafo aparte merece la edición de Criatura Editora que, además de impecable, es bellísima.

5/14


Seguí pinchando: si te interesó este libro, de lo que hay en este blog te recomendaría que te des una vuelta por lo de Renzo Rosello, o todo lo de Leo Oyola. Y también, porqué no, ya que Escanlar lo homenajea en su libro, sería bueno que leas esto acerca del gran Rubem Fonseca.

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