sábado, 30 de agosto de 2014

El camino

Edery ya no está más para recoger el mérito, pero la pregunta que me hizo no estaba nada mal. “¿Cómo llegaste a esto?”, fueron sus últimas palabras. Y está bien, tiene razón, mucha gente se pregunta cómo llegué a esto. Lo que pasó fue que, en determinado momento de mi vida clase media, me di cuenta de que todo era mentira. Me había pasado horas estudiando, horas en asambleas discutiendo si a la FEUU había que reivindicarla o legalizarla, horas en los boliches hablando de la dictadura del proletariado, de Gramsci y de Foucault. Horas cogiendo en nombre de la revolución, del hombre nuevo. Vi vidas destruirse con pibes, pariéndolos solamente porque algún boludo les decía que “se precisan niños para amanecer”. He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la rutina, por la militancia política, por la vejez prematura, por la seriedad estúpida. Sí, también leí a los beatniks y me la creí, aunque las carreteras uruguayas fueron una mierda y la rute sixty six fuera solo una serial y no pudiera ver televisión por contrarrevolucionaria y adormecedora de conciencias. Así que cuando terminó la dictadura zarpé. Me mudé solo al apartamento de la calle Salto y lo convertí en una cueva de drogos y ladrones. Los únicos que entraban ahí eran mis amigos del barrio, los que habían tomado otro camino, los que no habían elegido. Ellos sí son de verdad. No solamente ellos, pero ellos eran los que estaban más a mano. Fue volver al barrio dos o tres noches y ya era uno de ellos. De verdad. Todos teníamos un alias en el barrio. A mi me pusieron “el Doctor Muerte”.

(Gustavo Escanlar, Estokolmo, Montevideo, Criatura Editora, 2014, pág 43)


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