Edery ya no está más para recoger el mérito, pero la
pregunta que me hizo no estaba nada mal. “¿Cómo llegaste a esto?”, fueron sus
últimas palabras. Y está bien, tiene razón, mucha gente se pregunta cómo llegué
a esto. Lo que pasó fue que, en determinado momento de mi vida clase media, me
di cuenta de que todo era mentira. Me había pasado horas estudiando, horas en
asambleas discutiendo si a la FEUU había que reivindicarla o legalizarla, horas
en los boliches hablando de la dictadura del proletariado, de Gramsci y de
Foucault. Horas cogiendo en nombre de la revolución, del hombre nuevo. Vi vidas
destruirse con pibes, pariéndolos solamente porque algún boludo les decía que “se
precisan niños para amanecer”. He visto a las mejores mentes de mi generación
destruidas por la rutina, por la militancia política, por la vejez prematura,
por la seriedad estúpida. Sí, también leí a los beatniks y me la creí, aunque
las carreteras uruguayas fueron una mierda y la rute sixty six fuera solo una
serial y no pudiera ver televisión por contrarrevolucionaria y adormecedora de
conciencias. Así que cuando terminó la dictadura zarpé. Me mudé solo al
apartamento de la calle Salto y lo convertí en una cueva de drogos y ladrones.
Los únicos que entraban ahí eran mis amigos del barrio, los que habían tomado
otro camino, los que no habían elegido. Ellos sí son de verdad. No solamente
ellos, pero ellos eran los que estaban más a mano. Fue volver al barrio dos o
tres noches y ya era uno de ellos. De verdad. Todos teníamos un alias en el
barrio. A mi me pusieron “el Doctor Muerte”.
(Gustavo
Escanlar, Estokolmo, Montevideo,
Criatura Editora, 2014, pág 43)
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