martes, 28 de agosto de 2012

Matar al padre


Sé que mi padre decía, Willy Uribe

En una mesa del Festival Azabache de este año, en Mar del Plata, se habló de la actualidad de la novela negra en España. Entre tantos autores mencionados, Andreu Martín soltó el nombre del vasco Willy Uribe. “Es autor de la mejor novela sobre ETA que se ha escrito en España”. La novela era Sé que mi padre decía.

No he leído lo suficiente como para coincidir con Martín, pero ganas no me faltan: Sé que mi padre decía es una novela magnífica por donde se la mire. Extraordinaria e inolvidable. Escribiendo desde las tripas, Uribe construye una joya en la que forma y fondo funcionan como un reloj. O como un tren.

Primero, la trama policial, oscurísima, de construcción precisa. Ismael Ochoa es el narrador. Un trotamundos perdedor que está de regreso en Bilbao, convocado por su exmujer, Irene. Ella, que hoy trabaja como prostituta, ha descubierto una pequeña mentira que les permitirá chantajear a Julen, un viejo amigo de Ismael. Julen es un rico abogado, que trabaja en el bufete de su padre. Mientras urden el plan, Ismael conoce a Jon, personaje tan peligroso como enigmático, que se enredará en la historia, arrastrándola a un desenlace brutal.

Pero resulta que Ismael tiene una historia familiar, signada por la tragedia y el odio. Apenas recuerda a su madre, muerta en un accidente. Y tiene un padre al que sólo lo une el más profundo de los odios. Y porque lo odia es que Ismael decidió años atrás alistarse en la Legión Española. Porque eso es lo peor que se le puede hacer a un padre vasco. “Llévate tus cosas de regreso a España, legionario de mierda” le dice el padre cuando lo ve volver a Bilbao, al barrio. Un barrio —¿una ciudad, un país?— que mantuvo a Ismael señalado como un traidor desde el mismo día en que se alistó.

Ese nacionalismo que raja las relaciones personales es el que da el marco opresivo a toda la historia. Sin que se haga mención explícita al separatismo —nadie habla de ETA, pero por algo Andreu dijo lo que dijo—, la cuestión está presente en el aire que se respira en la novela. En las miradas, en los silencios. Y en el perfecto personaje de Jon, un pistolero que sabe demasiado de nombres falsos, de secuestros, de camionetas, de llevar gente en cajas.

Por esa excelente articulación de esos tres niveles —summum negrocriminal: policial duro, drama personal, pintura social— es que me siento tentado de decir que Sé que mi padre decía es una novela negra que roza la perfección. Una trama sórdida de chantaje y personajes oscuros, que es motorizada por una historia familiar, y que testimonia un tiempo y un lugar concretos, sobre el que el autor tiene mucho por decir. Y Uribe lo dice con valentía —intuyo que una cosa es leer esto siendo porteño y otra muy distinta siendo vasco— y con un lenguaje seco pero que alcanza momentos poéticos de triste belleza.

Vivas en el rincón del mundo en que vivas, esta es una novela negra imprescindible.

8/12

(*): Sé que mi padre decía ganó el Memorial Silverio Cañada en 2009. La editorial que la había publicado, El Andén, cerró, y la novela quedó descatalogada hasta hoy, en que fue reeditada en España por Los libros delLince. Pero, atención: he visto en Buenos Aires, en mesas de saldos de la avenida Corrientes ejemplares de la vieja edición de El Andén, a un precio ridículo. Volví allí para comprar todos los que pudiera, y ya no los encontré. Pero, quien conoce la dinámica de nuestras librerías de saldos, sabe que eso no significa mucho: tarde o temprano vuelven a aparecer en el local de al lado o cruzando la avenida. A estar atentos y a no perder las esperanzas.

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