—De acuerdo —dijo el mazas—. ¿Y
cuándo las quieres? No será mañana, ¿verdad?
—¿Y cuándo las voy a querer?
¿Dentro de una semana? —preguntó el otro—. Pues claro que me gustaría
recogerlas si pudiera ser mañana.
—¿En el mismo sitio? —quiso saber
el mazas.
—Creo que ese sitio, mañana, me
quedará un poco trasmano —respondió el otro—. Tengo que ir a otro lugar. ¿Sabes
qué? Yo te llamo y tú vienes a verme. Cuando te llame te diré dónde estoy.
—No tenía pensado quedarme en
casa —replicó el mazas.
—De acuerdo —dijo el otro—. En
cuanto sepa dónde estoy, llamaré a Dillon, y le diré que le he dicho a mi mujer
que voy a estar allí y le pediré que si ella llama, le diga que he salido y que
ya me dirá que la llame. Entonces él me llamará y me dirá que ella me ha
llamado. Yo dejaré un número. Lo haré antes de las nueve. Tú llamarás al bar de
Dillon y le dices que me has llamado a casa y que mi mujer te ha dicho que
estaba en el bar de Dillon: él no desconfiará y te dará el número y podrás
llamarme y nos encontraremos en algún sitio. ¿De acuerdo?
—Espero que la chica sea guapa
—dijo el mazas—. Si montas todo este lío para que tu mujer no sepa dónde estás,
espero de veras que sea guapa, solo digo eso.
(George V.
Higgins, Los amigos de Eddie Coyle,
Barcelona, Libros del Asteroide, 2011, pg 24)
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