jueves, 9 de agosto de 2012

Una triangulación telefónica


—De acuerdo —dijo el mazas—. ¿Y cuándo las quieres? No será mañana, ¿verdad?
—¿Y cuándo las voy a querer? ¿Dentro de una semana? —preguntó el otro—. Pues claro que me gustaría recogerlas si pudiera ser mañana.
—¿En el mismo sitio? —quiso saber el mazas.
—Creo que ese sitio, mañana, me quedará un poco trasmano —respondió el otro—. Tengo que ir a otro lugar. ¿Sabes qué? Yo te llamo y tú vienes a verme. Cuando te llame te diré dónde estoy.
—No tenía pensado quedarme en casa —replicó el mazas.
—De acuerdo —dijo el otro—. En cuanto sepa dónde estoy, llamaré a Dillon, y le diré que le he dicho a mi mujer que voy a estar allí y le pediré que si ella llama, le diga que he salido y que ya me dirá que la llame. Entonces él me llamará y me dirá que ella me ha llamado. Yo dejaré un número. Lo haré antes de las nueve. Tú llamarás al bar de Dillon y le dices que me has llamado a casa y que mi mujer te ha dicho que estaba en el bar de Dillon: él no desconfiará y te dará el número y podrás llamarme y nos encontraremos en algún sitio. ¿De acuerdo?
—Espero que la chica sea guapa —dijo el mazas—. Si montas todo este lío para que tu mujer no sepa dónde estás, espero de veras que sea guapa, solo digo eso.

(George V. Higgins, Los amigos de Eddie Coyle, Barcelona, Libros del Asteroide, 2011, pg 24)

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