El lamento de las sirenas, Michael Koryta
Cumpliendo la promesa que me
hice, le entré a esta segunda entrega de la serie de Perry y Pritchard, luego
de Esta noche digo adiós. Aquella ya había
sido lo suficientemente buena, pero si encima consideramos que era una primera
novela de un autor apenas veinteañero, bueno, ¿quién no iría por la segunda?
Aunque sea para ver si todo era cartón pintado, o si Koryta sigue subiendo la
vara.
En El lamento de las sirenas volvemos a recorrer las calles de
Cleveland. En especial, aquellas en las que creció Lincoln Perry, en Clark
Avenue. Un lugar del que el detective se ha alejado mucho tiempo atrás. Todo
comienza cuando, charlando con Amy, su amiga periodista, Lincoln se entera de
que ha habido un incendio por allí, en una casa abandonada. Apagado el fuego,
encuentran, dentro de la casa, el cadáver de una mujer. Para entonces ya hay (rapidito,
gracias a las cámaras de vigilancia) un sospechoso al que buscar. El tipo, que
vive en Clark Avenue, está prófugo y se llama Ed Gradduk. Y al oír el nombre de
su mejor amigo de la infancia, a Lincoln le pasa por encima una ola de
recuerdos. Algunos bastante dolorosos.
Lincoln encuentra a Ed, borracho
y escondido en el bar de otro viejo amigo en común. Discute con él —aún tienen
cuentas pendientes— y, antes de que llegue a contarle nada de lo sucedido,
llega la policía a arrestarlo y en un “confuso episodio” (ejem…), Ed es
atropellado y muere.
Cuando todo el mundo se dispone a
cerrar el caso, Lincoln convence a su socio Joe Pritchard de trabajar para
limpiar el nombre de su amigo muerto. En el camino van a descubrir no sólo una
red mafiosa que atraviesa la ciudad, su policía y su justicia, sino que también
echarán luz sobre unos episodios oscuros de mucho tiempo atrás, que
involucraron a los padres de Ed y de Lincoln, antiguos vecinos.
El lamento de las sirenas es una muy buena novela, a la altura de
ese excelente título. Es una novela de corte clásico, en la variante buddie, esas que involucran a una pareja
de investigadores medio socios, medio amigos. Justo la leo después de la última
de Patrick Kenzie y Angie Gennaro, La última causa perdida, otra pareja famosa. Koryta ha confesado su admiración
por Lehane, y la influencia que de él reconoce. La verdad sea dicha: mientras
la dupla Kenzie & Gennaro está en el ocaso, la de Perry & Pritchard asoma
con otra potencia.
En esta segunda novela de P&P
Koryta revalida todos los méritos que dejó entrever en aquel sorprendente
debut. Me veo tentado de sanatear diciendo que “se lo nota más maduro” o que
“sus personajes van ganando en solidez”. Tal vez todo eso sea cierto. También
es cierto que ya es mi segundo encuentro con el autor y con sus personajes. Muy
distinto del primero, y a la vez, afectado por aquella impresión satisfactoria.
Lo que quiero decir es que no puedo ni pienso hacer una comparación de ambas
novelas para buscar esos “signos de madurez” o de “mayor solidez”. No creo que
nadie se tome el trabajo, a menos hasta que Koryta sea tema de alguna tesis
doctoral. Y que si lo/s veo más “algo”
que antes es porque —tal vez, no sé, digo—
esta es la segunda novela que leo de él/ellos.
Para mí es más que suficiente que
me haya entretenido con una historia ágil y cuyos personajes me resultan
verosímiles y atractivos. Que mezcla con
eficacia una trama “detectivesca” —incendios provocados, negocios turbios,
mafiosos y policías corruptos— con otra, más macdonaldiana, de relaciones
familiares ocultas durante años. De esas que, tarde o temprano, siempre afloran
para iluminar el presente.
Otro punto alto de la colección
Roja & Negra, de Mondadori.
Traducción:
Sergio Lledó
7/12
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