En la novela La playa de los ahogados el inspector
Leo Caldas visita a su tío en el hospital. Suele ir junto con su padre. Al
verlos juntos, se maravilla con la forma de comunicación de los dos hermanos.
En esta escena, Caldas se acuerda de una película.
Entraron en la habitación. La televisión estaba
encendida y sin voz, como una ventana por la que su tío Alberto se asomaba al
mundo.
—Mira quién está aquí —dijo el padre del inspector,
y el rostro del enfermo se arrugó bajo la mascarilla verde del respirador.
Leo Caldas le contó que había estado con Manuel
Trabazo esa mañana, que había salido con él al mar.
—Hablando de mar —intervino el padre señalando la
televisión.
Un noticiario mostraba imágenes aéreas del rescate
de los tripulantes de un barco en medio de un temporal. Los marineros habían
sido izados uno a uno desde la cubierta hasta un helicóptero. Un rótulo en la
parte inferior de la imagen informaba: «Rescatados con vida los once tripulantes
del pesquero gallego hundido en el Gran Sol».
El reportaje terminaba con unas imágenes del barco
escorado, ya sin marineros a bordo, siendo engullido por las olas. Caldas pensó
en el Xurelo, en la pesadilla vivida por el capitán Sousa y sus tres
marineros. En el caso que se le escapaba.
Siguieron viendo el informativo, y Caldas comprobó
cómo su padre y su tío Alberto comentaban cada noticia en su lenguaje de
miradas.
Recordó una película que había ido a ver con Alba
hacía algún tiempo. El protagonista era un anciano que recorría cientos de
kilómetros montado en una máquina de cortar el césped para visitar a su hermano
enfermo, con quien se había enemistado muchos años atrás. Al final de su
odisea, cuando el viejo llegaba a casa de su hermano, apenas intercambiaban un
saludo. Se sentaban juntos en el porche, y arreglaban sus diferencias sin
necesidad de hablar.
La peli
que recuerda Caldas es esta:
(Domingo
Villar, La playa de los ahogados,
Madrid, Siruela, 2009)
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