—No se ha presentado —dijo
Foley—. He estado allí sentado media hora, me he tomado un sándwich de queso y
un café. Dios, se me había olvidado lo malo que es un sándwich de queso. Es
como comer un trozo de plástico, ¿sabes?
—Tienes que ponerle
mayonesa —dijo Waters—. Si no le pones mayonesa al pan antes de ponerle el
queso, nunca sabrá a nada.
—No lo había oído nunca —dijo
Foley—. La pones por la parte de afuera, ¿verdad?
—No —dijo Waters—, por la parte
de dentro, pero sigues poniéndole mantequilla por la parte de fuera. Cuando el
queso se funde, es la mayonesa lo que le da sabor. Pero tienes que utilizar
mayonesa de verdad, de la que está hecha con huevos, ¿sabes? Puedes usar esa
otra cosa que la gente dice que es mayonesa pero es aliño de ensalada. También
puedes utilizar eso, pero el sabor no será el mismo. Creo que el aliño escalda
la lengua o algo así. En cualquier caso, no sabe bien.
—De todos modos, en Rexall’s no
tienen esos refinamientos —dijo Foley—. Entras, pides un sándwich de queso,
tienen montones de ellos ya hechos, probablemente desde el miércoles pasado, y
sacan uno con un trozo grande y gordo de ese queso naranja, joder, le echan
grasa por encima, que dicen que es mantequilla pero yo no me lo creo, y van y
lo funden todo junto en una plancha caliente. Mi estómago todavía intenta
descomponer el menjunje en algo alimenticio. Parece un gran trozo, o dos
grandes trozos, de azulejos de baño con un poco de masilla en el medio. Servido
caliente. Si me pongo malo, tendréis que darme una pensión.
—Llevas demasiado tiempo
viviendo del dinero de las dietas, me parece —dijo Waters—. Vosotros, hijos de
puta, ya no coméis nada si no os sirven en el Playboy Club. ¿Trabajo de
incógnito? ¡Y una mierda! ¿Crees que no sé que os invitáis a almorzar los unos
a los otros? Joder. Más te valdría hacer de vez en cuando la ruta del Joe and
Nemo. Al fin y al cabo, ahí es donde están los delincuentes. Esos tipos no
frecuentan esos locales de clase alta que siempre veo en los comprobantes de la
comida, donde un trozo de carne cuesta nueve pavos. Están en los locales
baratos, donde comerías tú si tuvieras que pagártelo de tu bolsillo.
(George V.
Higgins, Los amigos de Eddie Coyle,
Barcelona, Libros del Asteroide, 2011, pg 176)
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