No existe la Navidad en los
países árabes, y para mí significaba tan solo el cumpleaños de mi padre. En
cuanto desapareciera él, también lo harían la Navidad, el rencor y el propio
calendario. Necesitaba tiempo para que la neumonía de mi padre volviera a él y
acabara su trabajo. Pero no lo tuve. El tiempo se escapó de mi lado cuando la
policía de Sidi Ifni vino a buscarme y tuve que huir por el patio trasero, y
llegar de nuevo a Bilbao para que mi padre me dijera ante la puerta de su casa:
—He metido en esas cajas de ahí
todas tus cosas, llevátelas a España, legionario de mierda.
Había dos cajas de cartón y una
maleta. Las sacó al descansillo y cerró con fuerza. Aún me estremece el
recuerdo de ese portazo, reforzado por la aldaba un instante después. Debería
haber llorado, pero me eché la mano al bolsillo y, arrojando unas cuentas
monedas contra la puerta, me largué escaleras abajo. Las cajas y la maleta se
quedaron allí, yo no quería nada de aquello.
(Willy
Uribe, Sé que mi padre decía, Barcelona,
Los libros del lince, 2012, pg 17)
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