La casa de Joe es la joya de una
agradable manzana: césped perfectamente cuidado, ventanas de cristales
relucientes y un caminito de adoquines entre la casa y la acera. Todo un amo de
casa, nuestro Joe. La mayor parte del jardín trasero y el camino de entrada
está lleno de flores preciosas, especialmente balsaminas. Detrás de la casa hay
un garaje atestado de rastrillos, azadas, compost y fertilizantes. Si se quiere
encontrar a Joe un sábado o un domingo por la tarde, hay que buscarlo en el
jardín o en el garaje. No era así cuando trabajábamos en Narcóticos. Ruth, la
esposa de Joe, cuidaba del jardín y las flores como si fueran la única razón de
su existencia, mientras que Joe nunca hizo más que limpiar el camino de
entrada, y tan solo cuando caía una buena nevada. Ruth murió en invierno, y al
año siguiente, cuando llegó la primavera, Joe no quería ni pensar en que las
flores de su mujer no tendrían el aspecto al que estaban acostumbrados los
vecinos. Ahora creo que pasa más tiempo en el jardín del que Ruth jamás pasó.
(Michael
Koryta, El lamento de las sirenas,
Barcelona, Mondadori, 2011, pg 41)
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