La reflexión y los recuerdos del
viaje hicieron que Julio tuviera un enfoque diferente sobre el concepto de
gastar el dinero. Aquel viaje le había abierto los ojos, había vivido mundos
muy distintos que convivían más en cercanías que en armonía, había derrochado
dinero en casinos, había abarrotado de billetes de cien dólares las rasuradas
huchas de las putas disfrazadas de camareras, pero ni la ginebra, ni el whisky
de etiqueta a veinte pavos la copa le había dejado mejor sabor de boca que el
ron destilado en cocinas caseras, o el reposado en viejos barriles de miel,
mezclado con el hielo producido en cubos dentro de recalentados y requeterreparados congeladores.
Aquel hielo, levemente manchado
de arena caribeña, sabía mejor que el pure
iceberg de los frigos del
Flamingo. El Butter Bread era exquisitamente más sabroso, regado por el aguado
café jamaicano, que el continental con expreso y zumo de naranja que te subían
a la habitación del Sunshine de Nassau. La pasión de las carnes imperfectas
abrazadas en las fiestas playeras daba más calor que los últimos métodos de
implantación mamaria del que hacían gala las frías y perfectas siluetas
esculpidas a golpe de talonario. Julio se dio cuenta de todo lo que había
vivido a pesar de su juventud, pero sintió que había corrido demasiado desde
los catorce años hasta entonces.
(Jordi
Ledesma Álvarez, Narcolepsia,
Barcelona, Alrevés, 2012, pg 140)
No hay comentarios:
Publicar un comentario