miércoles, 22 de agosto de 2012

Hielo y arena caribeña


La reflexión y los recuerdos del viaje hicieron que Julio tuviera un enfoque diferente sobre el concepto de gastar el dinero. Aquel viaje le había abierto los ojos, había vivido mundos muy distintos que convivían más en cercanías que en armonía, había derrochado dinero en casinos, había abarrotado de billetes de cien dólares las rasuradas huchas de las putas disfrazadas de camareras, pero ni la ginebra, ni el whisky de etiqueta a veinte pavos la copa le había dejado mejor sabor de boca que el ron destilado en cocinas caseras, o el reposado en viejos barriles de miel, mezclado con el hielo producido en cubos dentro de recalentados y requeterreparados congeladores.
Aquel hielo, levemente manchado de arena caribeña, sabía mejor que el pure iceberg de los frigos del Flamingo. El Butter Bread era exquisitamente más sabroso, regado por el aguado café jamaicano, que el continental con expreso y zumo de naranja que te subían a la habitación del Sunshine de Nassau. La pasión de las carnes imperfectas abrazadas en las fiestas playeras daba más calor que los últimos métodos de implantación mamaria del que hacían gala las frías y perfectas siluetas esculpidas a golpe de talonario. Julio se dio cuenta de todo lo que había vivido a pesar de su juventud, pero sintió que había corrido demasiado desde los catorce años hasta entonces.

(Jordi Ledesma Álvarez, Narcolepsia, Barcelona, Alrevés, 2012, pg 140)

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