viernes, 21 de febrero de 2014

Riesgo

Siempre había querido ser abogado defensor. Mientras hacía la pasantía, trabajaba en uno de los grandes despachos de derecho mercantil. La semana siguiente al examen final lo habían llamado de cuatro lugares distintos para ofrecerle una entrevista de trabajo. No acudió a ninguna. A Leinen no le gustaban esos despachos de ochocientos abogados. Allí los jóvenes parecían banqueros, se habían licenciado con las mejores notas, se compraban coches que no podían permitirse, y el que el final de la semana facturaba más horas a los clientes era quien se llevaba el gato al agua. Los socios de semejantes despachos estaban casados en segundas nupcias y los fines de semana vestían jerséis de cachemir amarillos y pantalones de cuadros. Su mundo se reducía cifras, puestos en consejo de administración, una asesoría para el gobierno federal y una serie interminable de salones de conferencias, aeropuertos y hoteles. Para ellos, la peor catástrofe era que un caso acabara en los tribunales, pues los jueces eran sinónimo de riesgo. Sin embargo, eso era precisamente lo que quería Caspar Leinen: ponerse una toga y defender a sus clientes. Y ahora lo había conseguido.

(Ferdinand von Schirach, El caso Collini, Barcelona, Salamandra, 2013, pág. 19)


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