sábado, 22 de febrero de 2014

Un panadero y un abogado

El panadero gordo estaba sentado en una silla de madera ante su establecimiento, bajo una sombrilla.
—¿Qué tal está? —preguntó Leinen.
—Hace calor. Pero dentro aún más.
Leinen se sentó, inclinó la silla sobre las patas traseras y se puso contra la pared. Miró al sol entornando los ojos. Pensó en Collini.
—Y usted, ¿qué tal está? —le pregunto el panadero.
—No sé qué hacer.
—¿Cuál es el problema?
—No sé si debo defender un hombre. Ha matado a otro al que yo conocía bien.
—Pero es usted abogado, ¿no?
—Mmm… —Leinen asintió.
—Mire, toda las mañanas subo la persiana a las cinco, enciendo la luz y espero a que llegue el camión frigorífico de la fábrica. Meto la masa en los hornos y a partir de las siete me paso el día vendiendo lo que sale de ellos. Los días malos me quedo dentro; los buenos salgo aquí, al sol. Preferiría hacer pan como Dios manda en una panadería como Dios manda con utensilios como Dios manda e ingredientes como Dios manda. Pero así son las cosas.
Una mujer con un dálmata pasó por delante y entró en la tienda. El panadero se levantó y fue tras ella. A los pocos minutos salió con dos vasos de agua con hielo.
—¿Entiende lo que quiero decir? —preguntó.
—No del todo.
—Puede que algún día vuelva tener una panadería como Dios manda. Hace tiempo la tuve, pero la perdí al divorciarme. Ahora trabajo aquí, es lo que hay. Así de sencillo. —Se bebió el vaso de un trago y masticó un cubito de hielo—. Es usted abogado, tiene que hacer lo que hacen los abogados.

(Ferdinand von Schirach, El caso Collini, Barcelona, Salamandra, 2013, pág. 61)


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