Miami blues, Charles Willeford
Lejos de los yates,
de los cuerpos perfectos de siliconas y colágenos que la animan hoy, existió
otra Miami. Una de hoteles derrotados, de tristes edificios art-decó, pálidos y
languideciendo al sol. Un lugar donde resistían los ventiladores de techo, un refugio
crepuscular para que los viejos deambulen sus horas frente a la TV, en lobbys
de alfombras raídas y olor a humedad. Una ciudad a la que llegaba mucha gente
hablando español: los turistas sudamericanos que inventaron el shopping tour, y los marielitos cubanos, valioso material
narrativo en manos de los De Palma y de los Pacino.
En esa decadente
Miami vive y trabaja el sargento Hoke Moseley, detective de Homicidios y tan
decadente como la ciudad que lo cobija. Cuarentón en mala forma, sin un mango
en el bolsillo, con todos los dientes postizos, la soledad lo invita y casi
siempre bebe un poco de más. Necesita de un ingreso extra y por eso trabaja
como seguridad en el Hotel Eldorado. A pesar del nombre ostentoso, es un lugar
mugriento, con un conserje sordo, un montón de viejas seniles y unos cuantos marielitos que aún pueden pagar, pero
que pronto estarán en la calle.
También a esa
inexplicable Miami llega un “despreocupado psicópata” llamado Freddy Frenger
Jr. Acaba de salir de la cárcel en California, y viene a Miami porque a algún
lado tiene que ir, a cualquiera, para dar su gran golpe. Atención, que lo de
“psicópata” no es una manera de decir: el tipo está rematadamente loco. Luego
de robarse una valija en el aeropuerto, se le acerca un Hare Krishna a pedirle
monedas. Freddy se lo saca de encima quebrándole un dedo. Después se va a un
hotel, lo paga con una de sus tantas tarjetas de crédito robadas, y le pide al
conserje que le consiga una chica. Así conoce a Susan. La sesión de sexo se frustra
(las prácticas carcelarias no se olvidan fácilmente), pero quedan para ir a
cenar, luego de que Susan termine su clase en la universidad. Se iniciará entre
ellos una relación bizarra. En palabras de Junior es un “matrimonio platónico”:
Susan cocina y pregunta estupideces; Junior la maltrata bastante, y gana el
sustento robando en un centro comercial de Miami, mientras planea su gran golpe.
Entretanto, Hoke Moseley
y su compañero Henderson son convocados porque en el aeropuerto ha muerto un
seguidor de los Hare Krishna. Doc Evans, el forense, desliza una posibilidad
por lo menos rara: podría haber muerto por el shock causado por la fractura de
un dedo. Es decir, podrían estar ante un asesinato.
¿Cómo es que se
cruzarán los caminos de Hoke Moseley y el loco Freddy Frenger? Bien, aquí es donde
el lector deberá realmente suspender su
incredulidad —a mí no me costó mucho: soy lector de sí fácil—, pues da la casualidad que Susan tiene un hermano
algo pillo, que se gana la vida mangueando en el aeropuerto en nombre de los
Hare Krishna. Bueno, se la ganaba: ahora está en la morgue con un dedo
quebrado.
Si el lector es
capaz de aceptar esta casualidad inicial —espero que lo haga, por su bien— se
meterá de cabeza en una historia entretenida a más no poder. Con la dosis adecuada
de violencia, con los diálogos filosos y el humor ácido que entregan estos dos
personajes principales inolvidables, perseguidor y perseguido. Hoke Moseley el
policía algo torcido que es capaz de perder placa, arma y dentadura —y que es
protagonista de toda una serie de las novelas de Charles Willeford—, y el psycho Freddy Frenger, aka Junior, aka Ramón Méndez, cuya capacidad de violencia —física y de la otra—
y sus extraños razonamientos lo llevan al podio de los villanos memorables.
Se dice que esta
novela, elogiada por el propio Elmore Leonard, también se cuenta entre las
influencias de Quentin Tarantino. Ya cansa un poco encontrar tantas “novelas-y-autores-sin-los-cuales-Tarantino-no-hubiera-filmado-Pulp-fiction”: a esta altura, es el
lugar común de las reseñas. Sin embargo, en este como en otros casos, la
influencia se hace evidente. De modo que me inclino por pensar que autores como
Leonard, Tarantino, Higgins, Willeford, Pelecanos nutren y se nutren directamente de una literatura
popular, norteamericana y de género, de la que apenas conocemos una parte
mínima en castellano, y con algunas décadas de retraso. Una literatura negra poblada
de personajes extravagantes, en la que el humor y la violencia se llevan de la
mano, y a la que le cae muy bien la palabra pop.
Charles Willeford
fue un escritor de vida tan exótica y agitada como las de sus personajes. Uno la lee y ya le entran ganas de leer su obra. Pero más allá de eso, esta
primera novela de Hoke Moseley —esperemos que RBA edite las otras, y que mande
algunas para Buenos Aires— no merece pasar desapercibida, en ningún caso.
Miami blues fue llevada al cine
en 1990. Está Fred Ward como Hoke Moseley, Jennifer Jason Leigh como Susan,
pero dicen algunos que un joven Alec Baldwin se queda en el recuerdo por su
interpretación del loco Freddy. A juzgar por este trailer, están en lo cierto.
Traducción: Iñigo García Ureta
9/12
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