Dos días después volvieron a salir con los mismos planes. Antes de
echar a andar hacia el lugar convenido, el Bujía le dio a Edgar una navaja
similar a la que había usado la noche anterior.
—Es un regalo —le dijo, dándole un tono de solemnidad al asunto.
Edgar se sentía exultante. Las cosas parecían rodar a las mil
maravillas. Ya había comenzado a salir con Sandra, en plan de amigos. El día
anterior la había llevado al Parque Rodó, Edgar trataba de desenganchar
penosamente cada palabra aunque la chica lo miraba con simpatía. Tenía dinero
en los bolsillos y bastaba que la muchacha desviara la vista hacia el carro del
heladero para que Edgar saliese disparado a comprar helados.
El trabajo de aquella noche también resultó exitoso. Edgar comenzaba a
pisar firme. Una noche en el garaje de los Rosales se empeñó en hacer una
demostración de sus habilidades con la navaja. El afilado instrumento se
deslizaba entre sus dedos como un animal alargado, brillante y peligroso.
Aparecía y desaparecía de sus manos con una velocidad que dejó pasmado a su
improvisado público. Así nació el Navaja.
(Renzo Rossello, Trampa paraángeles de barro, Montevideo, Estuario Editora, 2010, pg 30)
No hay comentarios:
Publicar un comentario