La balada de los miserables, Aníbal Malvar
Una niña, la niña Alma, desaparece
del Poblao, un asentamiento miserable de las afueras de Madrid. Enseguida
culpan a un vagabundo, débil mental. El Patriarca del Poblao, un gitano al que
apodan el Perro, el abuelo de Alma, encuentra al sospechoso y le pone dos
cartuchos del doce en el pecho. Luego se entrega: ¿fin del caso?
No, no es el fin del caso. En una
Madrid adormecida, presente pero velada, los muertos hablan. Las niñas ausentes
escriben cartas a sus madres adictas, esas muertas en vida. Y Pepe O’Hara, el
policía desquiciado, se pone tras el caso. No es es único: también están la
periodista cheta (pija) y sensible que
siente culpa por su origen de cuna de oro, y la monja feminista que suministra
metadona a los yonquis. Ellas trabajan en el mismo barro que transitan el Tirao
y la Muda, el Bellezas y la Fandanga. El barro por el que también se mueve la
droga los albaneses. Es que en todo el Poblao hay demasiada gente con cuentas
por pagar…
Con una estructura coral, la
novela que entrega Malvar es alucinada y alucinante. Un viaje poético al argot
gitano, a un arrabal habitado por personajes vivos, bien caracterizados. Como el
Tirao y la Muda —ex heroinómano uno, prostituta la otra, pungas de Gran Vía los
dos—, muchos de ellos son gitanos, pero cada uno tiene una identidad definida. Desde
luego, el personaje más interesante es Pepe O’Hara. De nombre real José Jara,
es un policía ultra inteligente, mujeriego y con todo tipo de problemas
relacionados con las adicciones. No muy apreciado entre sus pares, cuenta con la
fiel compañía de otros dos Pepes: Pepe Ramos, un inspector feísimo, y Pepe el
loro, que interviene en las discusiones de ambos policías diciendo “gilipollas”
con gran sentido de la oportunidad.
Esta historia de miseria tiene de
todo: traficantes de drogas, matones que golpean, mafias públicas y privadas y
poderosos que aplastan. Sin embargo, es a partir de la ausencia de la niña Alma
—nombre gitano, ¿nombre simbólico?— que la trama se desarrolla. La brutalidad implícita
en la desaparición de niñas y niños, con el propósito que sea, me estremeció
como lo hizo la lectura de esa pesadilla maravillosa que es Las niñas perdidas, de Cristina Fallarás.
Así de desgarradora se pone por partes La
balada de los miserables. A decir verdad, mientras escribo este comentario
pienso en la cantidad de literatura negrocriminal que se está produciendo
alrededor de los niños y los adolescentes. De los asesinatos, de los abusos a
los que son sometidos. Del desprecio por sus vidas, que es como el desprecio
por nosotros mismos. Sin hurgar en la prensa diaria y sólo repasando lo
comentado en este blog aparecen los nombres de la mencionada Cristina, de Diego Ameixeiras (gallego como Malvar), del británico David Peace, del enorme Andrew Vachss,
de Indridason, de McCabe: es la literatura como termómetro de los
tiempos que corren.
Pero, volviendo a La balada, hay que decir que la maestría
de Aníbal Malvar se hace patente en el hecho de que logra estremecer no desde
el gore, no desde el relato llano de
la aberración que sangra, no. Por el contrario, Malvar lo hace manejando una
ajustada elipsis y dosificando muy bien el humor para darle al lector un respiro. Pero sus
mayores logros son la poesía del lenguaje que elige para una historia durísima,
y el acierto en las voces de esta novela coral. Ambas opciones —poesía, voces— colaboran para transmitir un desplazamiento del
realismo seco que uno espera en una narración negra, de esta temática, en este
ambiente lumpen. ¿Por qué? Porque los narradores pueden ser personas vivas,
pero también muertas; animales como un loro o una rata, o directamente cosas
como una placa de policía, un billete de cincuenta euros, la Luna o la luz de
una mañana. Un recurso técnico muy interesante en sí mismo, pero que, bien
puesto al servicio de la historia como lo hace Malvar, aporta brillo extra a
esta novela sorprendente.
Una grata sorpresa que se
distancia, saludablemente, del mar parejo y plano que inunda las mesas de
novedades del género. Como lector, no puedo menos que agradecerla.
4/13
me encantó el lenguaje de la narración, a veces duro, a veces poético. me gustó la trama aunque creo que los niños, en la novela negra, ya vienen muy gastados.
ResponderEliminarno me gustó tanto el desarrollo de la historia, que en un momento -antes de la mitad del relato- se me empezó a volver repetitiva, como enroscada en sí misma, sin salida, sin resolución a la vista y algo gastada. o sea, la vi demasiado larga. con la mitad de páginas hubiera sido una joya.
igual me pareció muy buena, y la he recomendado con la salvedad de su extensión.
saludos, ariel.
Hola, Mercedes. Gracias por la visita,
ResponderEliminarLos de los pibes se está volviendo todo un tema en la novela negra, es cierto. Justo como pasa en la realidad... no creo que sea casualidad o moda.
En algún momento tuve tu misma sensación, esa del "enroscamiento", pero disfruté tanto del lenguaje, de la forma, que no se me hizo larga para nada. Es una novela muy recomendable.
Un abrazo,
A