Ya les
conté que estuve en el pabellón de los evangelistas y que me convertí a la
religión para no terminar siendo un gato en cualquier otro rancho. Pisando el
acelerador de la chevy buscando alcanzar a Noé para cagarlo a corchazos me
reconocí más religioso de lo que creí que era.
En mis
ganas de vengarme estaba la base de mi fe.
Una fe a
la que toqué por primera vez en la misma ruta por la que ahora iba quemando el
asfalto de esa parte de Corrientes.
Una fe en
la justicia que me iba a traer la Itaka cuando saliera del piso de mi asiento.
Justicia
divina que me daba el hecho de tener un arma, para sacar chapa de juez y
verdugo con un movimiento del dedo índice en gancho.
Y todo
porque la justicia huele a pólvora.
(Leonardo
Oyola, Chamamé,
Madrid, Salto de página, 2007,
pg 106)
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