domingo, 5 de febrero de 2012

El olor de la justicia


Ya les conté que estuve en el pabellón de los evangelistas y que me convertí a la religión para no terminar siendo un gato en cualquier otro rancho. Pisando el acelerador de la chevy buscando alcanzar a Noé para cagarlo a corchazos me reconocí más religioso de lo que creí que era.
En mis ganas de vengarme estaba la base de mi fe.
Una fe a la que toqué por primera vez en la misma ruta por la que ahora iba quemando el asfalto de esa parte de Corrientes.
Una fe en la justicia que me iba a traer la Itaka cuando saliera del piso de mi asiento.
Justicia divina que me daba el hecho de tener un arma, para sacar chapa de juez y verdugo con un movimiento del dedo índice en gancho.
Y todo porque la justicia huele a pólvora.

(Leonardo Oyola, Chamamé,  Madrid, Salto de página, 2007, pg 106)

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