miércoles, 15 de febrero de 2012

Policías y abogados


A la hora de realizar su labor, la policía parte del supuesto de que no existe la casualidad. El noventa y cinco por ciento de las pesquisas consiste en trabajo de oficina, análisis de las pruebas materiales e interrogatorios a los testigos. En las novelas policíacas, el culpable confiesa en cuanto se le pegan cuatro gritos; en la vida real no resulta tan sencillo. Y si un hombre con un cuchillo ensangrentado en la mano aparece inclinado sobre un cadáver, entonces es el asesino. Ningún policía con dos dedos de frente pensaría que el hombre pasaba casualmente por ahí y extrajo el cuchillo del cadáver para ayudar. Aquella frase de un comisario que afirma que la solución es demasiado simple es un invento de los guionistas. Lo contrario sí es verdad. Lo que es evidente es probable. Y, casi siempre, también correcto.
Los abogados, en cambio, tratan de buscar una brecha en el edificio de pruebas erigido por la acusación pública. Sus aliados son el azar y la casualidad; su misión, impedir que arraigue prematuramente una verdad sólo aparente. Un agente de policía le dijo una vez a un magistrado de la Corte Federal que los defensores no son más que frenos en el coche de la justicia. El juez respondió que un coche sin frenos no sirve para nada. Un proceso penal funciona solamente en el marco de este juego de fuerzas.

(Ferdinand von Schirach, Crímenes, “Summertime”, Barcelona, Salamandra, 2011)

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