La ciudad
escupía a sus huestes a las avenidas. La ciudad no perdonaba las horas de sueño
maldormidas, el frío que estaba haciendo, la falta de calor en el cuerpo; la
ciudad no perdonaba los malos humores, los desayunos a la carrera, la acidez,
la halitosis, el hastío.
La ciudad
lanzaba a sus hombres a la guerra cada mañana. A unos con el poder en la mano,
a otros simplemente con la bendición rastrera de la vida cotidiana.
La ciudad
era una reverenda porquería.
(Paco
Ignacio Taibo II, Cosa fácil, Bogotá,
Editorial Norma, 2010, pg 158)
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