El tiempo pasa y, luego de 1974 y 1977, estamos en 1980.
Sí, vamos por la tercera del Red Riding Quartet, la infernal
tetralogía de este deslumbrante autor que es David Peace.
En los oscuros tiempos de la
Thatcher, la población del norte de Inglaterra se distrae, aterrorizada por un
asesino más palpable, más inmediato, más de tabloid:
el llamado Destripador de Yorkshire sigue
matando mujeres.
La policía local no está haciendo
avances. Peter Hunter, comisario del Gran Manchester, es puesto al frente de un
grupo de cerebros para que intervenga en la investigación. Hunter tiene sus
fantasmas —está casado pero sufre su imposibilidad de tener hijos—, pero aún
así parece de lo más normalito de la serie. Ahora bien, ¿es casualidad o no que
los altos jefes justo lo elijan a él para esa tarea? ¿Justo a Peter Hunter,
quien poco tiempo atrás investigó asuntos de corrupción interna en la policía
de Yorkshire? No esperarán que alguien colabore con él, ¿verdad? ¿Con un
policía que investigó a policías? ¿Desde cuándo?
Con la presencia de algunos
personajes de las novelas anteriores, y cuyas apariciones van arrojando luz
—muy de a poco— acerca de sus destinos, Hunter y su gente se van hundiendo, sin
prisa pero sin pausa, en el barro y la locura de los asesinatos más
sanguinarios, en las redes de pornografía, en la mugre interna de la policía. Por
otras razones, ellos tampoco hacen grandes avances. Pero así y todo “molestan”
bastante. A tal punto que en un momento al mismo Hunter se lo implica en los
hechos. La cosa se pone brava de verdad para él. Y eso que el misterio del Destripador se resuelve, aunque solo
parcialmente, en esta entrega,.
No soy quien para hablar de unidad de efecto en una novela, pero no
puedo evitar que ese concepto me venga a la mente. Es que se me hacen muy
visibles los recursos que utiliza Peace para lograr lo que logra en la cabeza y
en el corazón de los lectores. El estilo es el mismo que le conocemos, tan
filoso e hiriente, de frases cortas y reiteraciones que funcionan como mantras
dolorosos. El paisaje siempre gris, en el que llueve todo el tiempo. Un mundo
en el que resulta imposible siquiera imaginar cualquier chance de felicidad. La
locura que todo lo invade, y de la que el Destripador
es apenas una de las manifestaciones se explicita de manera punzante en las
aperturas de los capítulos. Páginas de una tipografía más pequeña, que
parecieran un flujo de conciencia a veces del Destripador, a veces de sus víctimas, llenas de frases inconexas,
sin ninguna puntuación y que suelen terminar de manera abrupta.
David Peace vuelve a entregarnos
una historia que quita el aire. Y lo quita no tanto por el suspenso —que lo hay
también— sino porque la novela resulta opresiva. Ahoga. Uno siente el deseo de
aflojarse una corbata inexistente, o de abrir una ventana, o algo. Uno necesita
aire.
Quizás este sea un buen resumen
de todos los méritos que tiene para mí este Red
Riding Quartet. Transmitir al lector esa asfixia, esa angustia, y a la vez
tenerlo agarrado para que no deje de dar vuelta una página tras otra.
Quedo a la espera del final del
cuarteto, con 1983 —creo que ya
publicada en España— para ver cómo cierra esta obra magistral. Y una vez leída
esa, ahí sí, si el FBI lo permite, derecho a Cuevana, a por la serie adaptada
por la tele británica.
Traducción: Catalina Martínez
Muñoz
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