Conocí a Ezekiel “Easy” Rawlins
en su primera novela, El demonio vestido
de azul. Desde entonces, o desde que vi su adaptación al cine, me resulta
difícil poner a Easy otra cara que no sea la de Denzel Washington. ¿Cuál es el problema? Ninguno: le va perfecto.
En aquella primera historia, Easy
llevaba unos pocos años como veterano de guerra, y su patria y su ciudad ya lo
habían puesto en su lugar nuevamente: volvía a ser un negro pobre, tratando de sobrevivir
en Los Ángeles. Desde entonces hasta Rubia
peligrosa han pasado unos cuantos años y episodios (Rubia… es la décima ¿y última? novela de la serie). Ya estamos llegando
al final de los años 60, y se supone que el mundo ha cambiado…
Easy empieza a sentirse viejo. No
viene de buena racha: lleva un año arrepintiéndose de haber echado a Bonnie, la
mujer de su vida. Y ahora que ella se va a casar con otro, Easy está por fin
conociendo el dolor en el corazón. En medio de ese panorama, su amigo Navidad
Black —excombatiente de Vietnam, una máquina de matar— desaparece. Su hija, la
pequeña Amanecer de Pascua (*) queda viviendo en casa de Easy. Pregunta todo el
tiempo por su papá. Menos mal que Easy tiene hijos, nuera, nieto, y entre todos
se ocupan de la nena. Pero queda planteado el primer caso: ¿qué pasó con
Navidad? ¿Quién es la enigmática rubia del retrato olvidado por él, caído tras
un sofé? ¿Y esos soldados que también lo buscan por cielo y tierra?
Por otra parte, el usurero Pericles
Tarr es asesinado. Su viuda y la policía culpan a Raymond “Ratón” Alexander. Raymond
es un temible asesino, amigo de Easy de toda la vida y como tal, una especie de
“alter ego” oscuro del propio Easy. El asunto es que Ratón ha desaparecido.
Etta Mae, su esposa, convencida de su inocencia le pide a Easy que lo encuentre
antes que la policía.
Buscando respuestas para estos
dos casos va Easy, a través de una ciudad que aún se está sacudiendo de los
disturbios de Watts. En pleno 1967, pero lejos de cualquier Verano del
Amor, va Easy arrastrando la certeza de su soledad, su vacío de Bonnie. Una
mochila demasiado pesada para un tipo como él.
Creo que por ahí está la
atracción que me provoca este personaje. Es humano. No solamente porque el
autor disponga hábilmente piezas a su alrededor (una familia, un amor, mujeres:
si todo se redujera a eso, un mero tablero de ajedrez, sería muy fácil para
cualquier novelista construir su Easy). No, no es eso solamente. Hay más. Easy
Rawlins es un personaje que ha sufrido mucho en su vida, desde la infancia
hasta la guerra, y no poco de ese sufrimiento vino por el color de su piel. Es
cierto que también tuvo sus momentos buenos, pero también ha cometido
equivocaciones —como casi todos nosotros. Pero lo que lo humaniza es la voz de Easy. Esa voz que Mosley sabe
darle con su escritura que es directa, pero no chata; que es profunda pero no
vueltera; que logra enfrentarse a temas como la cuestión racial en el Gran País
del Norte sin caer en el golpe bajo ni en la frase gratuitamente sesuda; que construye
diálogos precisos y descripciones de la longitud necesaria; que conserva el
ritmo de la narración y lo respeta, respetando por lo tanto al lector.
El tipo de serie que tiene bien ganado
su status de best seller.
(*): cuando me encuentro con
nombres así me pregunto cuáles son los criterios de los traductores. Si Easter
Dawn es Amanecer de Pascua, ¿por qué Christmas Black es Navidad Black y no
Navidad Negra? ¿Por qué el otrora “Mouse” Alexander es aquí “Ratón” Alexander?
Y, pregunta del millón: ¿cómo es que aún nadie planteó un “Fácil” Rawlins en
vez de “Easy”, eh? Es dura la vida del traductor de Mosley…
Traducción: Ana Herrera
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