Clientes y
abogados defensores mantienen una relación curiosa. Un abogado no siempre
quiere saber qué ha ocurrido en realidad. Ello tiene su motivo en nuestro
ordenamiento penal: si el defensor sabe que su cliente ha asesinado a alguien
en Berlín, no puede solicitar la comparecencia de “testigos de descargo” que
afirmen que el acusado estaba ese día en Múnich. Es moverse por el filo de la
navaja. En otros casos es indispensable que el abogado sepa la verdad. Conocer
la verdad de los hechos puede suponer la ventaja mínima que libre a su cliente
de una condena. Que el abogado esté convencido de la inocencia de su cliente no
tiene la menor importancia. Su cometido es defender al cliente. Ni más ni
menos.
(Ferdinand
von Schirach, Crímenes, “Summertime”,
Barcelona, Salamandra, 2011)
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