Como ya he dicho, este blog
obedece exclusivamente a mis caprichos de lector, a la vez que pretende ser un
registro más o menos minucioso de todas
mis lecturas que se encuadren en el género. Cuando digo todas son todas. Y si de
pronto me hago fan de un autor, y se me ocurre leer una serie entera de diez
libros del mismo detective… y bueno, habrá que fumarse la tira de comentarios.
Es lo que hay.
Hecha la aclaración, ahora sí: ¡otra
lectura de una novela de Leo Oyola!
De entradas anteriores creo que
ha quedado clara mi admiración por su obra, así que en el párrafo dedicado al
autor sólo diré que Chamamé confirma
todo lo que pienso de Oyola: tiene una sangre distinta, un motor tuneado que viaja
por el carril rápido, lejos de la mayoría de los escritores de su “generación”.
El Perro narra esta historia. Se
llama Manuel Ovejero, y a lo largo de la novela, con permanentes flashbacks, nos irá poniendo al
corriente de su vida de delincuencia, que hoy por hoy tiene un solo
sentido: vengarse de un viejo socio y
actual archienemigo, el Pastor Noé.
Si uno quisiera simplificar
mucho, pero muuucho, podría decir que Chamamé
es básicamente eso: una historia de venganza, un ajuste de cuentas. Ahora,
entre nosotros, yo diría algunas cosas más, a ver si puedo neutralizar mi
torpeza y transmitirles algo de todo
lo que es Chamamé, además de “una
historia de venganza”.
Empezaría por ese maravilloso par
de personajes que son el Perro y el Pastor. El Perro, que arranca su historia
en un puterío de ruta, allá cerca de la Triple Frontera. Perro sensible y
violento, que ha sufrido por amor y que recuerda los frentokis de su viejo. Ladrón endurecido y perdedor, termina dando
con sus huesos en una miserable y caliente cárcel de provincia. Más
precisamente en el pabellón de los evangelistas, donde supone que podría
pasársela un poco mejor. Lo que no sabe es que ahí se cruzará con el Pastor
Noé. Loco, embustero, asesino sanguinario, traidor: todos esos calificativos le
caben a Noé, pero no alcanzan ni para un borrador de este terrible personaje.
El Perro y Noé: socios que se
salvan la vida mutuamente, y luego a fuerza de traición se hacen enemigos a
muerte. Enemigos de esos que son motor maldito que impulsa, dueños del sueño y
del insomnio. El Perro y Noé: dos caras, misma moneda.
Después de los personajes, seguiría
por la música. Permanente FM de los ochenta, de fondo en todas las novelas de
Oyola, en Chamamé la música es más
que eso: es material narrativo. Lecciones de rocanrol al pie de un jukebox caprichoso, herramienta de
levante pueblerino; palabra de Dios que baja en los versos de Turf o la Bersuit.
Vista así, Chamamé es también un
musical hecho libro.
Y qué decir de los escenarios y
la puesta en escena. Pueblos paupérrimos, pisos de tierra, calor y rutas
desiertas. Autos poderosos y fantasmales que levantan polvo en persecusiones de
cine; armas con nombre propio; peleas coreografiadas y forajidos tarantinianos como
los Paraguas Asesinos.
Chamamé es western tumbero y musical negro. Chamamé es road movie litoraleña y pulp. Chamamé es una gran novela que no vas poder largar hasta dar vuelta
la última página.
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