viernes, 20 de enero de 2012

Almohada

La residencia de ancianos estaba en una calle retirada, en el camino de regreso al mar. Tuve que pedir indicaciones sobre la dirección. Un anciano con una gorra de tela estaba sentado en un banco, oteando el horizonte. Cuando le pregunté, pensé que no me había oído, y a punto estaba de repetirlo cuando se aclaró la garganta y escupió una flema peligrosamente cerca de mi zapato.
—No quieres ir a ese sitio, hijo.
¡Hijo!
La siempre presente rabia, hirviendo a fuego lento constantemente, casi salió a la superficie. Quería gritarle: “A ver, bastardo estúpido, no juegues conmigo”.
Me miró, matices amarillos en el blanco de sus ojos. Su nariz parecía estar colapsada.
—¿Sabes qué edad tengo? —me preguntó.
Como si me importara una mierda.
—No tengo ni idea —contesté.
Se aclaró la garganta y me aparté un poco, pero el escupitajo no llegó. Quizás no le quedaba nada más. Respondió por mí.
—Demasiados malditos años, esos son los que tengo. Vivo con mi hija, ella me odia, y tengo que pasar fuera todo el día. ¿Sabes lo difícil que es matar el tiempo?
Lo sabía.
El viejo levantó el brazo, mostrando puños deshilachados bajo su chaqueta de cuadros y… gemelos. ¿Todavía hay alguien que los use? Señaló con el dedo, graznando.
—La residencia que buscas está por allí, el segundo cruce a la derecha.
—Gracias.
Sentí la necesidad de acercarme, de tocar su huesudo hombro, de ofrecerle algún consuelo. Pero, ¿qué clase de mentira podría venderle? Dejé la tarta de manzana en el banco, junto a él, pero la ignoró.
—¿Tienes familia en ese agujero? —preguntó.
—A mi madre.
Asintió, como si hubiera oído todo tipo de historias horribles. Me volví para marcharme y él me llamó.
—Hijo.
—Sí.
—¿Quieres hacer un favor a tu madre?
¿Quería?
—Sí.
—Pon una almohada sobre su cabeza.



 (Ken Bruen, El dramaturgo, Barcelona, Editorial VíaMagna, 2004, pg 117)



No hay comentarios:

Publicar un comentario