Conocí a Ken Bruen y a su
personaje Jack Taylor en su debut en castellano, Maderos. Me deslumbró. Tanto, que quise hacerme seguidor de la
serie. Encontré un par de obras posteriores, pero el hecho de que se lo edite
poco en nuestro idioma, y lejos de mi país, me obligó a recorrer la serie fuera
del orden de publicación original, algo que normalmente trato de evitar.
Dos palabras sobre Jack Taylor. Es
irlandés de Galway, sobre el Atlántico, justo del lado opuesto de Dublin. Es
investigador privado, pero antes fue policía. Lo echaron, ya no recuerdo por
qué, pero seguro que el alcohol tuvo que ver. Por que, sí, Jack es alcohólico.
Pero alcohólico en serio. De esos que no recuerdan las cosas que les pasan, que
tienen períodos en blanco: un desastre. Y eso sin contar sus asuntos con la
cocaína. Pero también es un gran lector, y un tipo de un humor de acidez extraordinaria.
A menudo recuerda con veneración a su padre que ya no está, y siempre odia a su
madre, una vieja arpía internada en una clínica psiquiátrica.
La primera sorpresa en El dramaturgo es que Jack está sobrio. Le
cuesta horrores, pero parece limpio de alcohol y de drogas. Sólo le queda el tabaco.
¿Qué pasó en el medio, en las historias que me perdí? No lo sé, pero debe haber
sido muy fuerte. Aguantando como puede las tentaciones, en esta historia recibe
varios encargos. El principal: su antiguo dealer, ahora preso, le pide que investigue
la muerte de su hermana. Él no cree que haya sido un suicidio. Los hechos le
van dando la razón cuando aparecen otras chicas muertas en circunstancias
similares. Y en todos los casos aparecen libros del dramaturgo irlandés Synge
junto a los cadáveres.
Pero hay otras subtramas. Jeff y Cathy
son los dueños del Nestor’s, un pub en el que para Jack. Motero él, expunk
londinense y recuperada yonqui ella, padres de Serena May —una niña que será muy
importante en la vida de Jack—, tienen con él una extraña relación de amor-odio,
pero que los tres entienden como amistad. Resulta que Jeff le cuenta de un
conocido que fue torturado y castrado, lo que empuja a Jack detrás de los
Lanceros, una especie de secta de esas que siempre vienen a “limpiar el mundo
de escoria”. A la vez, mientras intenta avanzar en estos casos, el detective se
encuentra con un viejo amor. Esto podría ser una buena noticia para muchos
personajes, pero nunca para Jack Taylor: termina apaleado por el esposo de la
dama. No sólo eso, sino que al final también se lleva de ella un escupitajo en
la cara.
Novela de un humor negro que
arranca sonrisas de las buenas, en El dramaturgo
vuelven a aparecer las referencias literarias y musicales características de las novelas de Ken Bruen. Las citas y los nombres en gaélico,
la presencia permanente del alcohol y el catolicismo —Jack es un tipo que va a
misa, casi siempre sin entender muy bien por qué—, lejos de leerse como lugares
comunes funcionan bien —mérito de Bruen— construyendo una feroz y a la vez
afectuosa mirada sobre la forma de ser irlandés.
Me dio la sensación de que la traducción,
de Daniel Melendez Delgado, podría haber sido más cuidadosa.
12/11
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