A esta altura del partido, ¿qué
parte de la obra de James Ellroy nos queda por leer? Correcto: los prólogos. Y, en mi caso, parece que Ellroy
se me está convirtiendo en un recomendador a tener en cuenta. Gracias a él
conocí, entre otros, a Winslow, a Wambaugh y ahora a Edward Bunker. “La gran novela
de los bajos fondos de Los Ángeles”. Así nomás.
Max Dembo sale en libertad
condicional luego de ocho años en prisión. Como es lógico, todo le resulta
abrumador: las calles, los ruidos, los autos, las mujeres en short. El tipo no
sabe muy bien qué hacer. Desde luego, viene con el chip seteado —“voy a cambiar
de vida”—, pero le falta saber el cómo. A medida que pasan los días, ese
propósito firme al principio se va limando en el roce con su viejo mundo —sus
amigos delincuentes, los compañeros yonquis, white trash de “chabolas” y trailers— y pasa a ser apenas una tibia
expresión de deseos. Hasta que, luego de soportar las humillaciones del
despreciable Rosenthal, su agente de la condicional, Max tira todo por la borda:
se “libera” por segunda vez y asume frontalmente su condición de delincuente.
A lo largo de un raid por esos bajos
fondos que menciona James, vamos conociendo a la fauna habitual de ladrones,
putas, traficantes, pobres chicas maltratadas y tontas chicas que buscan
aventura. Max y dos excompañeros de la prisión que están en apuros deciden dar
un golpe maestro: el asalto a una joyería (tanto en este como en otros pasajes
de la novela el detalle y la minuciosidad en el planeamiento asombran al punto
en que, como lectores, aprendemos una buena cantidad de yeites del negocio del asalto a mano armada). Por supuesto, las
cosas ahí no salen como estaban previstas, pero no seré yo quien les cuente
para dónde sale el tiro.
Es mucho lo que se ha dicho de
Edward Bunker, y todo está en internet. Recomiendo que le echen un vistazo a su
vida alucinante, en la que pasó de ladrón a actor —se soprenderán al saber que
lo han visto en rol secundario en alguna peli famosa— y a solicitado guionista en
su Hollywood natal. Sólo les diré acá que la escritura que despliega en esta,
su primera novela, escrita en la cárcel, es demoledora. De una eficacia y una agilidad
atrapantes. Con personajes sólidos que hablan diálogos creíbles.
Pero no es sólo por eso que hay
que leerlo a Bunker. Agrego mis tres razones. La primera: la aguda, corrosiva y
feroz crítica a la sociedad yanqui y
su sueño americano. A la manera de un Bukowski no tan borracho pero más
violento, Bunker también levanta la alfombra y nos muestra lo que se esconde
debajo, de donde es difícili salir. La segunda: el magnífico viaje al interior
de la mente del criminal, del marginado, del rechazado. Con reflexiones
profundas, a veces de una contundencia brutal, otras rozando la
autocomplacencia, Max nos enseña su particular forma de ver el mundo. Un
mundo determinista en el que si sos un delincuente, vas a morir como un
delincuente. Curiosamente, una afirmación que la propia vida de Bunker parece
desmentir. Y, hablando de vida, pasamos a la tercera de mis razones: No hay bestia tan feroz —y calculo que
también las otras obras de Bunker— constituye todo un ejemplo a considerar cuando
se reflexione sobre la relación entre la propia experiencia y la escritura.
¿Cuánto del mérito de esta novela se debe al pasado criminal y carcelario de Bunker, “reciclado” después en escritor exitoso? ¿Es posible escribir una
novela así sin haber vivido así? ¿Qué plus hace falta?
Lectura imprescindible.
Traducción: Laura Sales Gutiérrez
12/11
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