Aquella era la meca del sueño americano, lo que todo el mundo quería.
Un mundo de mujeres jóvenes y esbeltas —a base de dietas—, con pantalones
cortos y camisetas de tirantes con la espalda descubierta, que conducián
vehículos familiares de 400 caballos, rumbo a supermercados con aire
acondicionado y música ambiental. Un mundo de canguros y cultura condensada en
clubes de lectura de “los mejores libros de la historia”. Una vida de barbacoas
junto a la piscina y cines al aire libre abiertos todo el año. Aquello no era
para mí. A la mierda los seguros de salud y de vida. Querían vivir sin salir
del útero. A mí me hacía sentir más vivo jugar sin reglas, contra la sociedad,
y estaba dispuesto a jugar hasta el final. Anticipando el robo, me estremecí en
un espasmo casi sexual.
(Edward Bunker, No hay bestia tan feroz, Barcelona, Sajalín Editores, 2009, pg 180)
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