miércoles, 21 de noviembre de 2012

Argentinian psycho


La soledad del mal, Horacio Convertini

Dice Wikipedia que un “asesino en serie es una persona que asesina a tres o más personas en un lapso de treinta días o más, dejando un periodo de «enfriamiento» entre cada asesinato, y cuya motivación se basa en la gratificación psicológica que le proporciona dicho acto”. El potente término “serial killer” fue acuñado por el agente del FBI Robert Ressler, en los años 70. Aliméntese con ese concepto y con unos cuantos casos famosos a la inefable maquinaria yanqui de “convertir-todo-en-pop” y se obtendrá la amplia galería de psicópatas de ficción que todos conocemos del cine y la literatura. Desde Hannibal Lecter a Patrick Bateman a Dexter o a quienquiera que sea hoy el “serial killer – best seller” del momento.

Me arriesgo a generar polémica —¿saltarán a mi cuello los cronistas expertos?— si digo que en la Argentina no tenemos una tradición de asesinos seriales que cumplan los requisitos de los profilers del FBI. Pongamos que tal vez el Petiso Orejudo se acerque a la idea, pero no mucho más. Desde luego, sí hay asesinos múltiples, de los que la crónica policial se ha ocupado muchas veces y bien. Pero de serial killers, asesinos seriales como los entendemos hoy, poco y nada. Por lo tanto, no llama la atención que en nuestra literatura tampoco vivan muchos personajes con ese perfil.

Hasta que aparece Báez Ayala.

Báez Ayala es un asesino serial. No, no, tranquilos que no estoy contando el final de la historia. Esto el lector lo sabe casi desde el comienzo de La soledad del mal, la novela de la que Báez Ayala, el asesino serial, es protagonista. El hombre vive solo, sin apremios económicos por ser heredero de una fortuna. No se le conoce un trabajo. Es un tipo metódico que hace ejercicios al levantarse, y que toma prolijas notas acerca de sus futuras víctimas. La primera que conocemos es Valeria, la profesora de inglés que vive en el departamento de al lado. La escucha, la espía, la analiza, la imagina. Y, finalmente, la ahorca con un cable de acero.

El otro personaje de esta historia es Laura Dillon. Amiga y expareja de Valeria, está empeñada en averiguar qué pasó con ella. Sus cañones apuntan a Walter Ortellao, un artista berreta y maltratador que tuvo una relación con la víctima. En su empeño por averiguar la verdad se le ocurre entrevistar al vecino de Valeria, ver si escuchó algo raro, si puede identificar una voz de las que sonaron esa noche al otro lado de la pared.

El encuentro entre Laura y Báez Ayala es el nudo de esta historia, el verdadero conflicto. Porque Báez Ayala, de quien conocemos su terrorífico pasado, ha encontrado en el asesinato un mecanismo para mantener a raya a todos esos fantasmas que lo vuelven loco desde siempre. Ha adoptado el asesinato como una forma de terapia. Y, aunque sigue siendo un alma torturada y sufriente y maligna, podría decirse que la terapia le funciona bastante bien: no es un antisocial. Logra mimetizarse. Es otra cara anónima en la indolente Buenos Aires. Hasta que aparece Laura y le pregunta por Valeria. Sin acusarlo, pero sacudiéndolo. Báez Ayala intenta desentrañar a esa mujer, entrarle con sus mil trucos de seductor —¿cómo que seductor no está en la definición de serial killer del FBI?—, sin éxito: lo que encuentra en ella es a la vez muro impenetrable y espejo: “A veces, Laura, veo algo de usted en mí”, le dice.

El autor estructura su novela apoyándose alternativamente en los puntos de vista de Laura y de Báez Ayala. En paralelo al relato lineal del presente, la visita a episodios del pasado de ambos personajes permite al lector adentrarse en sus psicologías, en especial en la del asesino. El estilo depurado, sin florituras innecesarias, respetuoso del lector, trabaja eficazamente en la construcción de ese universo oscuro que hay en la cabeza de un sujeto como Báez Ayala. La suma de aciertos resulta en un viaje tan atrapante como aterrador al interior de este psycho killer, si no el primero el más reciente de la literatura policial argentina.

Con La soledad del mal el periodista y escritor Horacio Convertini —“concursero nato”, según se ha definido él mismo— ganó el Primer Premio del Concurso Internacional Azabache de novela negra y policial, en su edición 2012. La jerarquía del jurado —Guillermo Orsi, Leonardo Oyola y Lucio Yudicello— justificaba la expectativa con la que este texto era esperado por quienes seguimos la producción del género en nuestro país. En mi caso, puedo decir que la expectativa resultó satisfecha con creces con esta historia tan entretenida como inquietante.
10/12

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