No llames a casa, Carlos Zanón
Luego de la
excelente Tarde, mal y nunca, y otra
vez en la Serie Negra de RBA, vuelve Carlos Zanón con No llames a casa. Y la vuelve a pegar, con una novela de una contundencia
poco común.
La historia es la
de Bruno, Raquel y Cristian. Podría decirse que es una historia de las vidas de Bruno, Raquel y Cristian,
aunque le novela solo cubre un breve período, el más reciente, el actual. Los
tres han encontrado que el chantaje es un negocio viable, aún en medio de la crisis
que aplasta a Barcelona. Lo que hacen es sacarles fotos a parejas que están de
“trampa”. Luego, con un sencillo trabajo de inteligencia, ubican a esas
personas y las amenazan con mostrarles a sus cónyuges esos encuentros
clandestinos. Resulta ser un negocio rentable. Les sirve para emborracharse
más, conseguir más drogas, apostar más, pelearse todo el tiempo.
Una de las parejas
a las que tienen agarrada es la de Max y Merche. Empleos calificados, clase
media, familias tipo. Hace ya un tiempo que son amantes, esos de mensajes de
textos y mails secretos. Una relación en la que empiezan a mencionarse planes
de futuro, promesas débiles de dejarlo todo para empezar juntos... Max se
divorcia, Merche no. Y esta asimetría es el comienzo del fin de la pareja, y de
una espiral que llevará a Max a cometer una locura inconcebible para un hombre
como el que fue alguna vez.
Justo cuando la
relación entre Bruno y Raquel —golpeador él, yonqui y enferma terminal ella— y
Cristian —medio hermano de Raquel, harto de todo— está llegando a un punto de
no retorno, minada por los celos, la violencia y la traición, aparece Max con un
plan insólito. Y se lo propone a Cristian. Es el encuentro de un enamorado que
se hunde en su propia desesperación y un delincuente necesitado de un escape.
Bingo: la bomba queda activada.
Ambientada en una
Barcelona de los barrios, pauperizada en todos los sentidos y sin futuro, No llames a casa es una historia sórdida
en la que el delito es apenas la excusa que utiliza Carlos Zanón para meternos
de cabeza en la que es su especialidad: la construcción de personajes y las
relaciones entre ellos. Me viene a la mente que su novela anterior también
diseccionaba el vínculo entre dos hermanos, el amigo de uno de ellos y una
mujer deseada por dos. Aquí es igual: en el mismo entorno miserable, el
chantaje es solamente un modo de sobrevivir; el sexo y la mentira son apenas
intentos de encontrar algo de oxígeno, nada más. Lo que aflora en cada palabra,
mirada o golpe de toda esta gente es desesperanza, celos, traición, miedo a la
soledad.
A Zanón se le nota
que es poeta cuando escribe esta prosa brillante y precisa. Pero también se le
nota que es un narrador potente cuando dosifica sabiamente los diálogos, cuando
elige el registro más adecuado para cada pasaje de la novela, y te hace
respirar el ambiente asfixiante de Barcelona, sus comedores sociales, los bares
miserables, sus ángeles caídos.
Con ese oficio de
narrador Zanón logra que leamos sin parar, una página tras otra de una historia
que parece —sólo parece— que va
despacio, con pasajes de introspección y monólogos, y que en un momento acelera
hacia un desenlace de locos, brutal. Un final en el que el lector deseará que
alguien se equivoque, que el azar frustre algún plan. Porque en esta novela los planes son tan
descabellados que, lo peor que puede pasar, es que salgan bien.
10/12
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