martes, 13 de noviembre de 2012

Una voz en el teléfono


No llames a casa, Carlos Zanón


Luego de la excelente Tarde, mal y nunca, y otra vez en la Serie Negra de RBA, vuelve Carlos Zanón con No llames a casa. Y la vuelve a pegar, con una novela de una contundencia poco común.

La historia es la de Bruno, Raquel y Cristian. Podría decirse que es una historia de las vidas de Bruno, Raquel y Cristian, aunque le novela solo cubre un breve período, el más reciente, el actual. Los tres han encontrado que el chantaje es un negocio viable, aún en medio de la crisis que aplasta a Barcelona. Lo que hacen es sacarles fotos a parejas que están de “trampa”. Luego, con un sencillo trabajo de inteligencia, ubican a esas personas y las amenazan con mostrarles a sus cónyuges esos encuentros clandestinos. Resulta ser un negocio rentable. Les sirve para emborracharse más, conseguir más drogas, apostar más, pelearse todo el tiempo.

Una de las parejas a las que tienen agarrada es la de Max y Merche. Empleos calificados, clase media, familias tipo. Hace ya un tiempo que son amantes, esos de mensajes de textos y mails secretos. Una relación en la que empiezan a mencionarse planes de futuro, promesas débiles de dejarlo todo para empezar juntos... Max se divorcia, Merche no. Y esta asimetría es el comienzo del fin de la pareja, y de una espiral que llevará a Max a cometer una locura inconcebible para un hombre como el que fue alguna vez.

Justo cuando la relación entre Bruno y Raquel —golpeador él, yonqui y enferma terminal ella— y Cristian —medio hermano de Raquel, harto de todo— está llegando a un punto de no retorno, minada por los celos, la violencia y la traición, aparece Max con un plan insólito. Y se lo propone a Cristian. Es el encuentro de un enamorado que se hunde en su propia desesperación y un delincuente necesitado de un escape. Bingo: la bomba queda activada.

Ambientada en una Barcelona de los barrios, pauperizada en todos los sentidos y sin futuro, No llames a casa es una historia sórdida en la que el delito es apenas la excusa que utiliza Carlos Zanón para meternos de cabeza en la que es su especialidad: la construcción de personajes y las relaciones entre ellos. Me viene a la mente que su novela anterior también diseccionaba el vínculo entre dos hermanos, el amigo de uno de ellos y una mujer deseada por dos. Aquí es igual: en el mismo entorno miserable, el chantaje es solamente un modo de sobrevivir; el sexo y la mentira son apenas intentos de encontrar algo de oxígeno, nada más. Lo que aflora en cada palabra, mirada o golpe de toda esta gente es desesperanza, celos, traición, miedo a la soledad.

A Zanón se le nota que es poeta cuando escribe esta prosa brillante y precisa. Pero también se le nota que es un narrador potente cuando dosifica sabiamente los diálogos, cuando elige el registro más adecuado para cada pasaje de la novela, y te hace respirar el ambiente asfixiante de Barcelona, sus comedores sociales, los bares miserables, sus ángeles caídos.

Con ese oficio de narrador Zanón logra que leamos sin parar, una página tras otra de una historia que parece —sólo parece— que va despacio, con pasajes de introspección y monólogos, y que en un momento acelera hacia un desenlace de locos, brutal. Un final en el que el lector deseará que alguien se equivoque, que el azar frustre algún plan. Porque en esta  novela los planes son tan descabellados que, lo peor que puede pasar, es que salgan bien.

10/12

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