Volvió a su
casa a las nueve y media de la noche. Duarte tenía los ojos rojísimos y lo
saludó con un movimiento de cabeza. Estaba hablando por teléfono.
—Ah, no, claro,
es poquísimo…, bueno mire, usted manejesé para conseguir la plata, nosotros
paciencia le tenemos, pero vio cómo es esto, las situaciones no se pueden
estirar indefinidamente… Nosotros a su mamá la cuidamos, pero es una mujer
grande, va estar mejor en su casa que acá, y sin tanto nervio ni para ustedes
ni para nosotros.
Duarte escuchó
una respuesta del otro lado.
—Todo bien,
como le digo usted manejesé. Lo que también le digo es que cuanto más tiempo
tarda este tema, más fácil es que lleguemos a un momento en que las cosas se
vayan de las manos. A su mamá la cuidamos porque nos conviene a todos y porque
sabemos que usted no hizo ningún movimiento raro, pero la guita no llega estar
y esta pobre mujer aparece en una zanja con el culo bien roto y un tiro en la
nuca, ¿nos entendemos? Y va a ser culpa suya, porque usted es el que tiene la
llave de la cosa. Póngase las pilas. Su mamá está bien, no somos monstruos,
pero póngase las pilas.
Duarte cortó y
saludó a Danielito.
(Carlos Busqued,
Bajo este sol tremendo, Barcelona,
Anagrama, 2009, pág. 128)
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