jueves, 14 de noviembre de 2013

Azúcar

La posada de Los Tres Reyes estaba atestada de clientes. Era la hora en que los comerciantes cerraban las tiendas y se reunían a beber antes de volver a sus casas. Alvarado y Redhead colgaron sus sombreros en uno de los percheros de la entrada y se acomodaron a ambos lados de una mesa distante, junto a la ventana enrejada que daba sobre la acera. Al otro lado se veía pasar la gente.
En la mesa había dos tazas de loza invertidas sobre los platos, como era la costumbre. Entre unas y otros había un puñado de azúcar que el cliente volcaba dentro de la taza al darla vuelta. No era una operación sencilla, sino que a menudo concluía con los granos desparramados. Se requería cierta habilidad y delicadeza como la que aplicó Redhead, sosteniendo el plato con una mano y la taza con la otra mientras los hacía girar. Alvarado lo observaba maravillado.
—Jamás comprenderé por qué no usan azucareras en los cafés y las posadas de Buenos Aires —dijo.
Redhead fijó en él sus ojos grises y sonrió.
—No te quejes, Francisco. Al menos no tienes que compartir la mesa como en las pulperías.

(Mercedes Giuffré, Deuda de sangre, Buenos Aires, Aguilar, 2011, pág. 80)


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