lunes, 11 de noviembre de 2013

Nuestro hombre en el Virreinato

Deuda de sangre, Mercedes Giuffré

En el verano de 1806 Buenos Aires es un nido de conspiradores, masones y espías. Se murmura, corren voces. Que están dadas las condiciones para la revolución. Que es inminente el desembarco de los ingleses, ávidos de comercio con las colonias españolas. Bajo ese clima denso y caluroso aparece en una calle oscura un joven degollado. Es Manuel Balbastro y Álzaga, sobrino de Martín de Álzaga y miembro de la poderosa oligarquía mercantil local.

El médico Samuel Redhead, momentáneamente al frente del Protomedicato, es convocado enseguida. Deberá estudiar el cuerpo para determinar la causa de la muerte. Concluye que hubo un facón, hubo un solo asesino, hombre, diestro. Aparece un doblón de oro entre las ropas del muerto. ¿No fue un robo, entonces? Así es como, de pronto y como quien no quiere la cosa, Samuel Redhead se encuentra investigando el asesinato. Y lo hace, en uno de los gestos que mejor lo pintan, no tanto por encargo de las autoridades del Cabildo como por el pedido de justicia que le hace la madre del muerto.

Samuel Redhead, médico y cirujano devenido en detective, es el protagonista de la trilogía que se inicia con Deuda de sangre. De ascendencia escocesa y nacido en Galicia, de pelo rojo y apellido extraño, reservado y poco afecto a las tertulias, se lo ve como un hombre misterioso. Riguroso y exigente, formado en Edimburgo y Londres, aceptó la propuesta del Protomedicato de trasladarse al Virreinato. Redhead ya no tenía familia en La Coruña, y su hermana Elisa, casada con el comerciante andaluz don Francisco Alvarado, ya se había afincado en Buenos Aires en 1804.

El médico, secundado por el leal Juanito y apoyándose en la confianza de su cuñado Alvarado, tan librepensador como él, irá detrás de pistas que, a la vez que se suceden otros asesinatos, lo llevarán de las tertulias a las pulperías, de las librerías a los burdeles, por todos los rincones de una ciudad colonial que es cualquier cosa menos un tranquilo puerto de ultramar: mientras la recorre el embrión revolucionario, también la inundan los más terrenales y humanos deseos de venganza.

Deuda de sangre no es, desde luego, una novela negra. Tal vez podría decirse que es un policial clásico, de enigma. No de esos de “habitación cerrada”, aunque tenga algunos elementos típicos como el investigador racionalista, secundado por sus leales —y siempre algo menos brillantes que él— colaboradores. Si tuviera que definirla, diría que es una novela histórica, alrededor de un suceso policial. Pero, ¿para qué encasillarla? No soy un entusiasta de la novela histórica, de modo que si alguien me hubiera dicho que esta novela caía en ese estante, tal vez yo la hubiese ignorado. De la misma forma habrá quien, pensando que se trata sólo de otro policial, la pase por alto, más interesado en los dramas históricos. Ningún encasillamiento —en el fondo, un prejuicio— sirve si nos priva de las buenas lecturas.

Y Deuda de sangre es una muy buena lectura. Pero muy buena: a mí, que soy más del policial duro, violento, seco, social, este libro me llevó de los pelos detrás de las andanzas de Redhead. Y eso es pura virtud de la autora. Trato de pensar cómo lo hizo, cuáles son los puntos fuertes por los que recomendaría este libro. Primero: la prosa es natural. Se lee con fluidez. Que no es lo mismo que con liviandad o ligereza. Hay oficio y mucho, mucho trabajo de la autora. Segundo: el personaje de Redhead. Con sus aristas que lo hacen vivo, corpóreo. Riguroso, honesto, valiente, duro en algunas ocasiones y sensible y humano en otras, es en general aplomado y seguro de sí, pero algo torpe cuando aparece una mujer que le interesa. En el fondo, Redhead cae bien porque es también un aventurero y un outsider: ¿cómo calificar si no a un médico gallego-escocés que vive al otro lado del mundo? Y tercero, e importantísimo: la ambientación histórica. Me resultó impecable y aportó mucho disfrute a la lectura. Se nota el rigor que puso Mercedes en la investigación para este trabajo. Las descripciones de la ciudad, la intervención de personajes reales (*) como Álzaga, Belgrano o Liniers son los “trucos fáciles” a los que recurre cualquier autor. Ahora, contar cómo eran las rondas de aguardiente en las tabas de pulpería, o la particular forma de servir el azúcar en los cafés coloniales, o el protocolo de las casas que atraviesan luto ya no es para cualquiera: hay que investigar mucho para usar ese material. Y Mercedes lo hace, y lo usa como combustible para el motor de su historia. Pero no se queda ahí: la autora es también eficaz al elegir el lenguaje que apuntale la ambientación y refuerce el efecto en el lector. Desde luego, Deuda de sangre no está escrito en el español de comienzos del siglo XIX. No tendría sentido. Sin embargo, estoy convencido de que la elección del lenguaje no es casual. En esta novela los cuerpos son trasladados en parihuelas, la ropa tiene faltriqueras, el incienso surge de un pebetero. ¿Quién hubiera notado si en vez de esas palabras había camillas, bolsillos o simplemente el incienso flotara en el aire? Nadie y todos, porque el resultado hubiera sido más pobre. Esto no es pretenciosidad: son las palabras como herramientas al servicio de la historia. Ni más ni menos. Algo de lo que muchos autores podrían aprender.

Mercedes Giuffré inicia con Deuda de sangre una prometedora trilogía. Pero lo mejor es que a partir de ahora los lectores de policial tendremos en Samuel Redhead a nuestro hombre en el Virreinato.
Y por cómo termina esta primera entrega, acción no le va a faltar.


 (*) Según ha expresado la autora, el mismo Samuel Redhead está inspirado en un personaje histórico. Se trata de Joseph Redhead, médico personal de Manuel Belgrano y de Martín Miguel de Güemes.

10/13

No hay comentarios:

Publicar un comentario