viernes, 17 de enero de 2014

Ser el malo

Cuando le expliqué ese detalle a Jimmy por segunda vez entre siestas resacosas, me dijo:
—No pasa nada, sargento. Ya he sido el malo antes.
—¿Cuándo?
—Cuando volví al mundo, me fui a Haight-Ashbury, en San Francisco, vistiendo el uniforme a propósito, para darles la ocasión de meterse conmigo. Una tía gorda me espetó a la cara que era un asesino de niños. ¿Sabes qué hice? —Negué con la cabeza, incapaz de imaginármelo—. Me saqué del bolsillo una sarta de champiñones chinos, le dije que eran lóbulos de orejas de niño, y empecé a comérmelos. —Jimmy empezó a reírse al tiempo que se iba quedando amodorrado de nuevo—. La puta gorda se cayó redonda, tanto que rebotó en la acera, y luego echó a rodar cuesta abajo por una de esas calles tan lisas y empinadas, como si fuese a rodar hasta perder algunos kilos de peso... Y, no te lo pierdas, unahippy se apartó de la multitud, me echó los brazos al cuello y se puso a llorar... Mi primera esposa, tío, y la mejor de todas... Así que vamos a recuperar a esa tía y a su hijo, y a lo de ser los malos, ya le pueden ir dando...
Cuando se quedó dormido, pensé en revisar mi opinión. Quizás únicamente las personas que seguían la letra de la ley, en lugar del espíritu, pensaran que éramos los malos. Hacía bien poco, había caído en la cuenta de que la letra de la ley era el signo del dólar, y su espíritu un pálido reflejo de lo que fue.

(James Crumley, El pato mexicano, Barcelona, RBA Libros, 2013)


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