Siempre había opciones. Recordé la peor tarde de mi
carrera de jugador. Mi esposa y yo habíamos ido de vacaciones a Miami y, cuando
terminó la novena carrera de nuestro primer día en Hialeah, ya le llevaba
gastados seiscientos dólares. Me senté en las gradas, ya casi vacías, con un
montón de boletos rotos a los pies y un viento frío que arrastraba papeles por
la pista, e intenté no mirar la desilusión y la furia en el rostro de mi esposa.
Luego, oí una avioneta que volaba en lo alto, miré hacia el cielo gris y vi un
biplano que mostraba un cartel de lona que decía: “Recupere lo perdido las
carreras de perros de Biscayne esta noche”. Incluso un perdedor tenía futuro.
(James Lee
Burke, La lluvia de neón, Barcelona,
RBA libros, 2012, pág. 272)
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