—¡Buenos días muchachos! ¿Van para la
quema?
Era un negro enorme, alto y fuerte. Tenía
cuerpo de boxeador. Muchos de los cirujas eran boxindangas y se entrenaban
corriendo atrás de los camiones de basura, arrojándoles los tachos llenos a uno
que iba arriba, sumergido hasta lo huevos de mierda, que se los volvía a tirar
vacíos. Todo esto con el camión en movimiento.
Yo me quedé callado y avanzó a
conversar Tito.
—Buenos días, negro, vamos a verlo al Carozo,
a charlar un rato. ¿Estará ahí a esta hora?
—Carozo siempre está ahí, no se mueve
nunca.
—A vos te vi pelear en el Almagro
Boxing Club, hace como un mes —le dijo Tito.
—¿Ah, sí? —dijo el moreno, divertido— ¿Y
qué tal?
—Bien, pibe. Le llenaste la cara de
dedos. ¿Por qué no lo tiraste en el cuarto? Ya no podía ni caminar.
—Porque las apuestas estaban parece el
sexto, gordo.
Nos reímos los tres.
—El sábado peleo de nuevo. Con un
paraguayo. Él dice que es muy bueno, pero yo también, así que no me preocupo.
—¿Pero te estás entrenando? —preguntó
Tito en tono paternal.
—¡Claro querido! En este oficio, el que
no se entrena termina hablando solo.
—Bueno, vamos a seguir viaje porque ya
se nos hizo tarde. El sábado vamos a verte. ¿No, Carlitos? Vamos.
—Seguro, Gordo —le dije—, hace tiempo
que no voy al box.
Nos saludamos y seguimos viaje.
—¿Y como sabés que peleó en el Almagro,
Gordo?
—Porque lo vi pelear, bolas tristes. Pero
quería charlar un rato con él para que se quede tranquilo. Que no vaya pensar
que somos tiras, o venimos a robar basura, a llevarnos a alguno de ellos, o a
boletearlo. Aunque los tiras no se meten por acá. Ya tienen un convenio. Ellos
tiran los muertos y estos otros los queman. Nadie se mete con nadie.
(Juan Damonte, Chau, papá, Buenos Aires, Punto de
encuentro, 2013, pág. 149)
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