lunes, 7 de enero de 2013

El Sur también existe


Diablos de polvo, Roger Smith

¿Qué es lo que sabemos de Sudáfrica? La Nación del Arco Iris, un paraíso multicultural, el clima más benigno de África. Diamantes, un par de grandes ciudades. Desarrollo, modernidad. Ah, sí, el apartheid también, pero ese es un problema del pasado: ya Mandela is free, y hasta los Springboks tienen jugadores negros. Y encima, organizaron el Mundial 2010 y el Waka-Waka se instaló en millones de televisores worldwide: ¿no es Sudáfrica un país perfecto?

No.

No es tan perfecto.

Y naturalmente no lo es. No podría serlo, con semejante historia reciente. La verdad, resulta más creíble que sea un lugar un poquitín más complejo, más difícil, más duro que el del video de Shakira. Que sea este infierno en el que transcurre Diablos de polvo (gran nombre, hay que decirlo), una de las novelas más violentas que he leído en el último tiempo.

En esa tierra enloquecida se van a cruzar las historias de cinco personajes, de potencia diversa.

Robert Dell es el primero de ellos. Blanco, periodista, casado, padre de gemelos. Lleva toda una vida luchando contra el apartheid —es tan “de manual” este Dell que hasta su esposa Rosie es negra— y contra la figura de su padre, Earl Robert Goodbread. Porque don Goodbread es un tejano racista y violento, que trabajaba para la CIA y que se jacta “de haber metido en la trena el negro culo de Nelson Mandela” en el 62. Robert lleva veinticinco años sin verlo, desde desde que el viejo fue a prisión, culpable de una masacre de negros. Pero ahora, que se está muriendo, lo dejan en libertad…

Por otro lado está Disaster Zondi. Zondi es un negro educado y que viste a la moda. Ha trabajado en una unidad anticorrupción, pero el gobierno lo ha dejado en la calle, por sus investigaciones incómodas para el poder. Un día recibe un fax misterioso que lo impulsa a volver a su pueblo natal…

Sunday es una adolescente pobre. Muy pobre. Trabaja en un parque temático al que llevan a los turistas a ver una “aldea típica”. Han asesinado a sus padres hace tiempo, y ahora su malvada tía está por entregarla en un matrimonio que sólo le traerá desgracias. Sunday está desesperada por torcer ese destino…

Y por último, está Inja Mazibuko, el personaje que es la frutilla del postre. Una frutilla bastante podrida, ya que Inja es un personaje aterrador de verdad. Un loco asesino de esos que derriban a patadas la puerta de tus sueños para instalarse por unos días y convertirlos en pesadillas. Hay que ver cómo mata y lo que come Inja “el perro” Mazibuko: brutal e ignorante,  es el enfermo cargado de odio que hará que las historias de Dell, Goodbread, Sunday y Zondi se crucen. Para mal, claro.

La novela arranca quemando gomas, y hace que uno se pregunte quién es este tipo, Roger Smith, para escribir con esa virulencia, con esa potencia arrolladora. De dónde salió, y cómo es que siguen los editores de “series negras” —a veces más bien “grisecitas” de tan lavadas— prestando tanta atención a todo lo que se publica más allá de los 60º de Latitud Norte, mientras ignoran a autores como este. Menos mal que las editoriales independientes, como la interesante Es Pop Ediciones, están más atentas: el agradecimiento de los lectores será para ellas. Pero volviendo a la novela, es cierto que el ritmo decae un poco pasada la mitad del libro. No es para menos: sostener ese ritmo a los largo de 340 páginas es imposible. No obstante, aclaro, ni una sola de ellas me resultó aburrida.

Roger Smith, nombre insulso que contrasta con los brillantes Disaster o Goodbread, escribe con crudeza una trama de violencia y muerte que vale la pena recorrer. Tanto por el paisaje reseco y polvoriento, de una desolación que asfixia, como por la construcción de sus dos personajes inolvidables. Esquivando toda corrección política, fabrica negro y aborigen a Inja Mazibuko, el perro asesino, motor de esta historia. Inja es la antítesis del buen salvaje: sanguinario hasta lo indecible y con la astucia propia del sobreviviente, encarna las más abominables tradiciones aborígenes. Un personaje genial. Pero no está solo: también quedará en el recuerdo el viejo Goodbread. Este mercenario racista, desecho de las operaciones encubiertas de la CIA, representa la violencia histórica de Sudáfrica, el odio que sigue agazapado en sectores que viven como un ultraje cualquier avance hacia la igualdad racial.

Después de leerla, cuando escuches a Shakira cantar aquello de “esto es África”… vas a desconfiar.

Traducción: Óscar Palmer Yáñez

12/12

2 comentarios:

  1. Estupenda novela, y genial reseña amigo, me impresionó mucho esta novela, la disfruté bastante, es intensa, dura, violenta, era mi primera novela sobre África :)

    Abrazos!

    Aramys

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  2. Gracias por la visita, amigo Aramys.
    Es una gran novela. Lástima que no se la pueda conseguir en mi país.
    Un gran abrazo, y felicitaciones por tu blog.

    A

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