Nunca
había visto la obra de teatro en la que se basaban para hacer la palícula. Pero
no era nada parecida a las historias que me gustan: un reverendo alcohólico, el
personaje que actuaba Burton, es un obsesionado sexual, perdedor y mal
viviente. No muy diferente del actor. En un viaje con varias mujeres viejas a
una playa de México, acosa sexualmente a la nieta de una de ellas, nuestra
infame Lolita. Para evitar problemas con la ley, sabotea el camión donde viajan
y se refugia en el hotel de una ex amante. A éste llegan también una pintora,
el personaje de Deborah Kerr, y su padre, quien se autonombra el poeta vivo más
viejo, noventa y cinco años. Todos esos personajes sufren y gritan. Esa es la
historia.
Nunca
entendí qué hacía un viejo famoso en una playa. Si yo fuera él, me comparía un
Jaguar, como el de Scott Cherries, y contrataría dos muchachas alegres. Así
moriría con una sonrisa idiota.
Pero eso
haría yo. No la película, que se me hacía aburrida. Mucho diálogo y ninguna
persecución de coches. Cuando conocí a Tennessee Williams supe que no podía
esperar nada más de un autor que vestía de rosa pálido y se hacía acompañar de
un perrito con listones rojos.
(F. G. Haghenbeck,
Trago amargo, Barcelona, Roca
Editorial, 2009, pg 47)
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