La cocaína
había desaparecido, pero me preocupaba todavía más que también hubiera
desaparecido la 9
milímetros . Estaba pensando si debía decírselo a Keegan
cuando sonó el teléfono. Keegan dijo:
—Yo lo
cogeré.
Obviamente,
sólo escuché lo que decía Keegan, que fue algo así:
—Jack no
está disponible. Oh, ya sé quién eres, Ronald. ¿Que quién soy yo? Soy el
oficial de policía Keegan de la Policía Metropolitana
de Londres, y tengo un informe completo sobre ti, hijo. Todo un informe de
trabajo. Oh, querido, qué lenguaje tan grosero. Sí, he visto tus proezas aquí,
muy impresionantes. Espero que te hayas limpiado el culo. No grites, Ron, eso
es, buen chico. ¿Que dejas el país? Piensa en esto, muchacho; algún día,
pronto, alguien te dará una palmadita en el hombro, y adivina quién será.
Tenemos algo en común... Oh, sí, tengo un pasado muy chungo. Soy el animal con
el que vosotros, los lectores del Guardian, tenéis orgasmos cuando pensáis
en él. No, no, Ronald, no te preocupes por la jurisdicción, porque yo desde
luego no me voy a preocupar por eso. Volverás a cagarte en los pantalones y yo
haré que te comas tu mierda. Bueno, vale, hasta lueguito... ha sido estupendo
charlar contigo.
(Ken
Bruen, La matanza de los gitanos, Salamanca,
Tropismos, 2006)
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