martes, 15 de mayo de 2012

De yonquis y borrachos


Me imagino que ha llegado la hora de volver al crimen, al menos dentro de los márgenes de los libros. Me meto de cabeza en Lawrence Block; tengo que leerle a toda pastilla, ya que Matt Scudder, su protagonista, habla extensamente sobre la recuperación del alcoholismo. Un terreno de lo más resbaladizo. Peor aún, en un momento determinado, describe la diferencia entre un alcohólico y un yonqui. Con la nube de anfetas y coca sobre mi cabeza y una botella de poitín en el aparador, estoy entre la espada y la pared. Pues vaya novedad. Puaf. Escribe:
«Enseñad a un yonqui de los de verdad el Jardín del Edén y dirá que lo prefiere oscuro y frío y miserable. Y que quiere ser su único habitante».
Me levanté, encendí un cigarrillo, no estaba disfrutando de este pasaje. Puse Flame, de Johnny Duhan. El disco perfecto para mi estado fragmentado. Al llegar al tercer tema me empieza a dar el bajón y dije:
—Vale.
Y vuelvo con Block.
«La diferencia entre el borracho y el yonqui es que el borracho te robará la cartera. El yonqui hará lo mismo, pero luego te ayudará a buscarla».
Dejé el libro a un lado y dije:
—Ya está bien, ha llegado la hora de largarse de aquí.

(Ken Bruen, La matanza de los gitanos, Salamanca, Tropismos, 2006)

Nota: el pasaje que lee Jack Taylor pertenece a la novela Paseo entre las tumbas, de 1992.

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