En esta historia, Jack Taylor regresa
de Londres. Ha pasado un año desde aquel final de Maderos, y Jack vuelve a su lugar natural —Galway—, en su estado
natural —hasta las manos de alcohol— o peor:
la cocaína vino a sumarse a su lista de adicciones.
El asunto es que, recién llegado,
Jack no tiene un lugar donde vivir. Está de visita en el Nestor’s, el pub de
sus amigos Jeff y Cathy, cuando aparece un viejo. Se llama Sweeper
(=barrendero), un nombre que llena el aire de chistes fáciles. Sin embargo Jack,
momentáneamente sobrio, se contiene y logra con esfuerzo prestar atención a su
relato: alguien está matando a jóvenes gitanos de la colectividad de Galway. ¿Que si Jack está dispuesto a encontrar quién y por qué? ¿A cambio de una casa? “Mis instintos dijeron: «No».
Yo dije: «Trato hecho»”: esa es la forma en que Jack toma sus decisiones.
Ilustra bien la diferencia entre sobrio
y lúcido.
En medio de borracheras recurrentes,
y aprovechando la menor ocasión para meterse una raya de coca, Jack empieza a investigar.
Reparte y recibe, pierde los dientes y balea alguna rodilla, captura a un chiflado
que mata a los cisnes en el Claddagh. Cosas así. Un día se le aparece Kiki, una
vieja novia de Londres. La invita al Nestor’s. Cuando ella se pone a hablar con
Cathy, sale a la luz un detalle, apenas un detalle, olvidado por Jack: Kiki es
su esposa. “Cielos, Jack, ¿cómo es posible que no nos dijeras nada?” le dice
Cathy. “No lo sé. Creo que pensé que era una cosa de Londres. Ya sabes, volver
a casa, dejar atrás el apartamento, todo aquello…”. Ese es un borracho de
verdad.
En La matanza de los gitanos lo acompaña el set de personajes
habituales, tan desquiciados como él. Jeff, Cathy y su pequeña Serena May. El
detestable padre Malaquías. Y Keegan. El gran Keegan, policía londinense de ascendencia
irlandesa. Un salvaje con todas las letras. Hay quien dice que en realidad Keegan
es Brant, uno de los personajes de otra serie de Ken Bruen, la de los polis
Roberts y Brant. Vaya uno a saber por qué, parece que Bruen tuvo que cambiarle
el nombre acá. Brant es el autor de la célebre frase “Nací cabreado y he ido a
peor”, frase que le va perfecto a Keegan. Me dan ganas de releer El gran arresto y ver si son el mismo
monstruo.
Así, Jack va trabajando el caso.
Tal vez la palabra trabajar le quede
grande: Jack hace lo que puede, mientras libra La Madre de Todas las Batallas,
es decir, la batalla contra sí mismo. Porque esa pelea de Jack contra Jack es
la que nos maravilla y nos aterroriza mientras le seguimos los pasos. A veces
autocomplaciente, a veces violento, siempre con el humor tan ácido como
necesario, es el tipo de perdedor que se vomita encima y que ni siquiera tiene
la claridad suficiente como para no arruinar en el lavarropas su campera de
cuero. Jack es el habitante de infiernos que uno quisiera mantener bien lejos
de sí. Y aún así no podemos dejar de sentirnos cercanos a él. ¿Por qué? ¿Porque
viviendo un drama sigue riéndose de sí mismo? ¿Porque se equivoca y vuelve a
empezar? ¿Porque se siente culpable de sus errores que pagan los otros? ¿Porque
sólo entiende la justicia si sale de su propia mano? ¿Por su música y sus lecturas
que provocan envidia?
Qué gran personaje es Jack
Taylor. Y qué escritor es Ken Bruen.
Traducción: Antonio Fernández
Lera
3/12
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