Como lector de novela negra debo
mantener cierto equilibrio: de vez en cuando me viene bien un shot de genuino hard boiled. Es decir, una historia fuerte, de violencia pura y
dura que me golpee la cabeza. Nada de denuncia
social explícita, una desnuda de todo humor, sin motivaciones pasionales: sólo
un botín que cambia de manos, alta traición, venganza y muerte. Si encima la
protagoniza un personaje inolvidable, mejor.
Y Parker es un personaje inolvidable. No es que lo diga yo: lo confirma una serie de 24 novelas. La primera etapa se editó entre 1962 y 1974. Parker reapareció 23 años después —todo un indicio de “personaje inolvidable”— para una nueva etapa exitosa de ocho novelas, interrumpida por la muerte del autor (Richard Stark, seudónimo de Donald Westlake, se fue junto con el año 2008). De todas ellas, sólo leí esta que nos trae la Serie Negra de RBA que es, casualmente, la primera de la serie (“nos trae” es un decir: hasta el momento, sigue muy limitada la distribución en Buenos Aires de la SN de RBA).
Parker llega a Nueva York
dispuesto a cobrarle a Mal Resnick su traición. ¿Cómo puede pagar Mal? Simple:
con su vida. Claro que antes debe devolver a Parker sus 45 mil dólares. De
dónde salieron esos dólares, cómo intervino en la traición Lynn, la mujer de
Parker, por qué este llega a la ciudad con menos que un pordiosero y cómo
termina enfrentando a toda una organización mafiosa que no entiende muy bien de
qué forma tratarlo son datos que iremos conociendo con flasbacks y precisos cambios de puntos de vista. Sin embargo, más
allá de una trama ágil y bien pensada, no tengo dudas de que lo que deslumbra
en A quemarropa es Parker.
Violento al extremo, sin moral,
sin códigos. Dispuesto a cualquier cosa para lograr su objetivo. Inteligente y
muy muy duro. Sólo con sus manos ya
resulta peligrosísimo. Parker —así, a secas, sin nombre de pila— no es un
héroe: es un asesino que busca venganza. Deslumbrante e incorrecto, cuando Parker va a interrogar a una mujer y esta le
abre la puerta, primero la manda al piso de una bofetada y después la saluda.
Por la noche se baja una botella de vodka del pico para dormirse. ¿Resaca? Eso
es de flojos.
Y a pesar de/gracias a todo esto
es que seguimos con atención sus pasos, deseando en el fondo que pueda consumar
su venganza.
He reseñado en este blog a
personajes violentos, protagonistas de series. Me vienen a la mente dos, a
quienes se los ve actuar en Nueva York: Burke y Reacher. No me extrañaría que
Parker haya influido en el diseño de esos personajes de Vachss y Child. Son de
un molde parecido: tipos eficaces, inteligentes, fuertes, despiadados. Pero el
de Stark los supera en violencia. Porque es una violencia ultra concentrada:
Parker no se dedica a desentrañar complicadas tramas (como Reacher), ni
reflexiona sobre cuestiones sociales (como Burke y el abuso infantil). Parker
es una máquina que avanza hacia su objetivo dejando tras de sí un terreno
humeante en el que el dolor manda.
Tal vez no sea yo el indicado
para decir que Stark/Westlake tiene oficio: su infinidad de obras lo dice
mejor. Pero yo me atrevo a señalarlo en algunos ejemplos. El primer capítulo
—se recomienda la LGC1 (“lectura gratuita del capítulo 1”) en un rincón de tu
librería amiga— es uno de ellos. Allí Stark/Westlake nos describe a Parker, a lo largo de un día inolvidable en el que trabaja estafando
a medio Nueva York. Son seis carillas imperdibles. Otro ejemplo de la economía
extrema de este maestro es el del extracto que titulé “Efecto Parker”. ¡Cuánto se puede decir con tres palabras!
No te prives de este shot, amigo lector. No te lo pierdas. Acá
hay olor a clásico: por la estatura del personaje, y por la trayectoria del
autor, te va a pegar fuerte.
¿No eso lo que se busca?
Traducción: María Teresa Segur
3/12
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