martes, 3 de abril de 2012

La máquina de narrar

Persecución mortal, Elmore Leonard



Me leí casi (¿casi?) todas las novelas de Elmore Leonard que se publicaron en castellano, y algunas en inglés. Eso no me convierte en un erudito de su obra pero sí en un fan más bien tirando a freak. Digamos que esas lecturas crearon una especie de complicidad con el autor. Unidireccional, claro, pero complicidad al fin. Algo relativo a los guiños cazados al vuelo, a las velocidades, a las pinceladas. Haré lo posible, sí, pero dudo que sepa transmitir algo de ese vínculo en un comentario como este. Es decir, se van a encontrar con una reseña favorable, y a lo sumo con un torpe esbozo del porqué de mi alta valoración por la obra de Leonard.

Sé que hay quien dice que Leonard se repite, que tiene altibajos. ¿Quién no los tiene en una carrera de más de 40 novelas, más los relatos, más los guiones? Cuarenta son muchas novelas, pero tampoco hay necesidad de leérselas todas de un tirón. A mí me basta con recurrir a ellas cada tanto, cuando me agota la pretenciosidad de algunos autores, cuando necesito un baldazo refrescante de verdadero entretenimiento. Ahí le entro a una novela del viejo Elmore: para intentar entender cómo funciona una máquina simple pero terriblemente eficaz.

En Persecución mortal (inexplicable traducción del original Killshot (*)) la acción se sitúa mayormente en el norte de los Estados Unidos, cerca de Detroit, al lado de la frontera con Canadá. Allí tenemos a Wayne y Carmen Colson, marido y mujer. Él trabajador de la construcción, ella vendedora en una inmobiliaria. Un hijo ya grande, arriba de un barco en el Pacífico. Una casa en las afueras, con jardín que da al bosque. Matrimonio suficientemente feliz en el que las discusiones —nunca tan graves— giran en torno a la afición de Wayne por la caza de ciervos —algo que Carmen rechaza—, y a las intromisiones molestas de Lenore, madre de Carmen —algo que ambos rechazan. Se quieren, les va bien: uno enseguida les toma cariño.

Armand “Mirlo” Degas y Richie Nix son la otra pareja de esta historia. Armand es un indio que trabaja como asesino a sueldo para la mafia —una mafia de segunda división, no olvidemos que esto es Detroit: a medio camino entre las dos Costas—. Richie vive en una casilla con Donna. La conoció en la cárcel en la que él cumplía condena: “trabajaba allí y la despidieron por follarse a los internos, ¿te lo puedes creer?”. Armand y Richie se conocen casualmente, y este lo convence al indio —ya de “Mirlo” devenido en simple “Pájaro”— de hacer un trabajo juntos. Un “apriete”, sacarle guita a un exitoso operador inmobiliario a cambio de “protección”.

Como es una constante en las novelas de Leonard, aquí también el azar juega su rol. Porque cuando el Pájaro y Richie llegan, el que está en la oficina no es la víctima sino Wayne, que fue ahí acompañando a Carmen. Los tipos se confunden, nadie entiende muy bien a nadie pero la cosa se desmadra y terminan a los golpes. Incluso vuela algún tiro.

A partir de ese momento, el acoso de los dos maleantes a la pareja crece, igual que la tensión del relato. Carmen y Wayne hasta tienen que mudarse y acogerse a un programa de testigos de identidad protegida. Pero, claro, una vez en manos del FBI es peor el remedio que la enfermedad…

Resultado final: otra historia que disfruté de punta a punta. ¿Qué tiene Leonard para engancharme así? Por mencionar algunas: 1) magia en el manejo del punto de vista, alternándolo en los distintos personajes, eligiendo siempre bien —incluso, cuando la historia lo exige, te relata más de una vez la misma escena, según la ven los distintos personajes; 2) “montaje” preciso, es decir, domina cómo y cuándo cortar y empalmar escenas para maximizar la tensión del relato; 3) oficio extraordinario para dosificar perfectamente el humor —que no los chistes— con los momentos de violencia extrema (no todo es comedia: las diez primeras páginas son un buen ejemplo de un par de asesinatos a sangre fría); 4) diálogos, diálogos, diálogos.
Pensando en un cierre, me vino a la mente una entrevista a Abelardo Castillo que está en Taller de Corte & Correción, el indispensable libro del máster Marcelo di Marco. Allí hablan de los “autores menores”, de la “literatura menor”: específicamente, mencionan a Stephen King. El enorme Castillo dice ahí que de tipos como King “un escritor serio puede aprender muchos procedimientos o trucos”. Razonaba que eso es posible porque, a diferencia de a un Tolstoi, a King, “que no es un gran escritor”, se le notan los trucos. Y lo importante, lo aprendible de King era que, como todo escritor masivo, “recuperaba para la literatura algo primordial: la aptitud para narrar, la capacidad de hacer interesante un tema”.

Exactamente eso es lo que yo pienso de Elmore Leonard.

(*): hay peli de Killshot, con Mickey Rourke como el Pájaro. No la vi.

Traducción: Catalina Martínez Muñoz

2/12

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