—Muy bien.
Ahora dame tu cartera.
Armand se
inclinó sobre el volante para sacarla del bolsillo trasero del pantalón, la
deslizó por el muslo y la dejó caer al suelo. Se agachó para alcanzarla mirando
a Richie por encima del hombro. Richie ni siquiera lo miraba. Se había
encorvado e intentaba abrir la guantera.
—¿Está
cerrada?
—Aprieta
el botón —dijo Armand, localizando con la mano la empuñadura de la Browning
automática, muy a mano con el asiento reclinado. Sacó la pistola entre las
piernas y volvió a agacharse cuando el tío lo miró.
—¿Qué coño
estás haciendo?
—¿No
querías mi cartera? —preguntó Armand, mostrándosela—. Aquí la tienes.
Pero
Richie tenía la documentación del coche en una mano y el revólver en la otra.
La guantera se había abierto y la luz interior se había encendido.
—¡Qué
mierda! —exclamó Richie—. El coche no es tuyo. ¿Qué es L y M Distributing
Limited?
—Venden
pepinillos —dijo Armand—, a locales que hacen pizza.
—¿Sí? ¿Tú
trabajas para ellos?
—A veces.
Cuando me apetece.
—¿Y te
dejan usar el coche?
—Me lo
regalaron. Es mío.
—¿Te
regalaron un Cadillac?
Richie
cogió la cartera e intentó abrirla con una sola mano. Armand vio que dejaba el
revólver sobre las piernas para sostener la cartera con esa mano y sacar el
diner con la otra; luego se inclinó para mirar los billetes a la luz de la
guantera.
—¿Qué es
esto? ¿Todo canadiense?
—La mayor
parte.
—Es
bonito, pero ¿cuánto vale esta mierda?
Armand
puso las manos sobre el regazo mientras miraba el cañón del revólver entre los
billetes que el otro estaba contando para hacerse una idea de cuánto había en
el fajo.
—Tienes
casi mil pavos, tío.
—Como el
mexicano con suerte, ¿eh?
Richie,
que seguía encorvado dijo:
—¿Qué coño
haces para que te paguen tanta pasta?
Armand
decidió que era el momento de cambiar, de dejar de ser Armand Degas, el
gilipollas al que llevaban a dar un paseo. Volvió a ser el profesional curtido
en cuanto sacó la Browning automática y encañonó al macarra en la cabeza.
—Mato
gente —dijo el Mirlo—. A veces por dinero, a veces por nada.
Sin mover
la cabeza, sin mover siquiera los ojos, con la vista fija en el fajo de
billetes, Richie Nix dijo:
—¿Puedo
decirte una cosa?
—¿Qué?
—Eres
justo el tipo que andaba buscando.
(Elmore
Leonard, Persecución mortal, Madrid, Alianza
Editorial, 2008, pg 38)
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