domingo, 8 de abril de 2012

Dos potencias dentro de un Cadillac


—Muy bien. Ahora dame tu cartera.
Armand se inclinó sobre el volante para sacarla del bolsillo trasero del pantalón, la deslizó por el muslo y la dejó caer al suelo. Se agachó para alcanzarla mirando a Richie por encima del hombro. Richie ni siquiera lo miraba. Se había encorvado e intentaba abrir la guantera.
—¿Está cerrada?
—Aprieta el botón —dijo Armand, localizando con la mano la empuñadura de la Browning automática, muy a mano con el asiento reclinado. Sacó la pistola entre las piernas y volvió a agacharse cuando el tío lo miró.
—¿Qué coño estás haciendo?
—¿No querías mi cartera? —preguntó Armand, mostrándosela—. Aquí la tienes.
Pero Richie tenía la documentación del coche en una mano y el revólver en la otra. La guantera se había abierto y la luz interior se había encendido.
—¡Qué mierda! —exclamó Richie—. El coche no es tuyo. ¿Qué es L y M Distributing Limited?
—Venden pepinillos —dijo Armand—, a locales que hacen pizza.
—¿Sí? ¿Tú trabajas para ellos?
—A veces. Cuando me apetece.
—¿Y te dejan usar el coche?
—Me lo regalaron. Es mío.
—¿Te regalaron un Cadillac?
Richie cogió la cartera e intentó abrirla con una sola mano. Armand vio que dejaba el revólver sobre las piernas para sostener la cartera con esa mano y sacar el diner con la otra; luego se inclinó para mirar los billetes a la luz de la guantera.
—¿Qué es esto? ¿Todo canadiense?
—La mayor parte.
—Es bonito, pero ¿cuánto vale esta mierda?
Armand puso las manos sobre el regazo mientras miraba el cañón del revólver entre los billetes que el otro estaba contando para hacerse una idea de cuánto había en el fajo.
—Tienes casi mil pavos, tío.
—Como el mexicano con suerte, ¿eh?
Richie, que seguía encorvado dijo:
—¿Qué coño haces para que te paguen tanta pasta?
Armand decidió que era el momento de cambiar, de dejar de ser Armand Degas, el gilipollas al que llevaban a dar un paseo. Volvió a ser el profesional curtido en cuanto sacó la Browning automática y encañonó al macarra en la cabeza.
—Mato gente —dijo el Mirlo—. A veces por dinero, a veces por nada.
Sin mover la cabeza, sin mover siquiera los ojos, con la vista fija en el fajo de billetes, Richie Nix dijo:
—¿Puedo decirte una cosa?
—¿Qué?
—Eres justo el tipo que andaba buscando.

(Elmore Leonard, Persecución mortal, Madrid, Alianza Editorial, 2008, pg 38)

No hay comentarios:

Publicar un comentario