Cerca de la pista donde aterrizan y despegan los helicópteros hay un aparcamiento al aire libre. El empleado era un chico con cara de hurón.
—¿Necesitas un ticket, tío?
—No lo sé —dije—. ¿Lo necesito?
—Dame cinco y estaciona allá —dijo señalando un rincón vacío—. Guarda las llaves.
El rótulo que había en el aparcamiento ponía siete dólares por la primera media hora. Una transacción neoyorquina: un poco para ti, otro poco para mí y a la mierda el que no está allí en el momento de hacer el trato.
(Andrew Vachss, Strega, Barcelona, Ediciones B, 1988, pg 293)
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